Antonio Burgos reincide hoy en su columna del ABC en  sus nostalgias diciendo algo así como que el que fuera Alcalde de  Sevilla durante la dictadura, Juan Fernández, fue varios miles de veces  mejor alcalde que Monteseirín. No el doble o el triple, sino miles de  veces.    
No creo que tenga demasiado interés analizar con rigor el  mandato de ambos alcaldes. Todo el que no se encuentre aquejado de las  añoranzas que padecen los "burgos" y compañía sabe cuál sería el  resultado de tal escrutinio. Además no estoy en condiciones de hacer  semejante análisis, pero sí de transmitirte algunas impresiones  personales.     
Yo conocí Sevilla cuando me vine a estudiar en 1979, el año de los primeros ayuntamientos democráticos y pude apreciar qué clase de ciudad habían legado a la posteridad los "juan fernández" que la habían regido entre 1939 y 1979. Seguramente Burgos ha olvidado ese "brillante" legado, pero yo no. Yo no he olvidado ese poblachón del tercer mundo, cuyos 600 mil habitantes sólo tenían agua corriente de 7 de la mañana a 2 de la tarde. Muchos trabajadores no podían ni siquiera asearse apropiadamente, porque cuando había agua no estaban en casa. Pero es lógico el olvido: estoy seguro que en casa de los "burgos" y los "juan fernández" nunca faltó el agua. Y tampoco olvido la modélica política de expansión urbana que desplegaron aquellos recordados ediles. ¿Acaso hay una muestra urbanística más deslumbrante que la sin par barriada de Los Remedios? Y qué decir de las cuidadosas intervenciones de reforma interior que acometieron tan ilustrados próceres. Sólo un resentido no se sentiría orgulloso de la demolición del palacio de los Sánchez Dalp y el del Marqués de Palomares en la Plaza del Duque, para erigir en su lugar ese edificio que aun hoy, 40 años después, presume insolente de la victoria de la modernidad frente al rancio historicismo.
Pero vayamos a Monteseirín. El metro, el tranvía, decenas de kilómetros de carriles-bici, peatonalización de la calle de San Fernando, de la Avenida (del Generalísimo, ¿verdad, Burgos?), de la calle Asunción... Nada. Todo esto son meras bagatelas, frente al brillante legado de los "juan fernández". Ah!, se me olvidaba. ¿Sabes lo que hizo Juan Fernández, el auténtico y genuino? Trasladar la Feria del Prado a los Remedios. ¿Cómo he podido olvidar tamaño ejemplo de gestión pública, que tanto hizo por la mejora de la ciudad y el bienestar de sus habitantes?
En fin, como he dicho alguna vez aquí, desde 1900, nadie ha hecho nada en Sevilla que merezca ser reseñado, fuera de las dos exposiciones universales, hasta que llegó Monteseirín. Y el que lo vea de otro modo tendrá que decir qué importantes actuaciones de reforma y/o renovación urbana son imputables a otros regidores, para confrontarlas con el legado de Monteseirín.
Habrás observado que al contrastar a Monteseirín con los "juan fernández" no he hablado para nada del distinto modo en que uno y otros accedieron a la alcaldía, cuestión ésta apenas importante, ¿verdad, Burgos?
Y con esto entro en el asunto que verdaderamente me interesa hoy, que no es saber qué alcalde fue mejor, si Juan Fernández o Monteseirín. Porque eso ya nos lo ha dicho Burgos. Uno fue miles de veces mejor que el otro.
Lo que hoy me interesa lo podría expresar con esta serie encadenada de enunciados:
Yo conocí Sevilla cuando me vine a estudiar en 1979, el año de los primeros ayuntamientos democráticos y pude apreciar qué clase de ciudad habían legado a la posteridad los "juan fernández" que la habían regido entre 1939 y 1979. Seguramente Burgos ha olvidado ese "brillante" legado, pero yo no. Yo no he olvidado ese poblachón del tercer mundo, cuyos 600 mil habitantes sólo tenían agua corriente de 7 de la mañana a 2 de la tarde. Muchos trabajadores no podían ni siquiera asearse apropiadamente, porque cuando había agua no estaban en casa. Pero es lógico el olvido: estoy seguro que en casa de los "burgos" y los "juan fernández" nunca faltó el agua. Y tampoco olvido la modélica política de expansión urbana que desplegaron aquellos recordados ediles. ¿Acaso hay una muestra urbanística más deslumbrante que la sin par barriada de Los Remedios? Y qué decir de las cuidadosas intervenciones de reforma interior que acometieron tan ilustrados próceres. Sólo un resentido no se sentiría orgulloso de la demolición del palacio de los Sánchez Dalp y el del Marqués de Palomares en la Plaza del Duque, para erigir en su lugar ese edificio que aun hoy, 40 años después, presume insolente de la victoria de la modernidad frente al rancio historicismo.
Pero vayamos a Monteseirín. El metro, el tranvía, decenas de kilómetros de carriles-bici, peatonalización de la calle de San Fernando, de la Avenida (del Generalísimo, ¿verdad, Burgos?), de la calle Asunción... Nada. Todo esto son meras bagatelas, frente al brillante legado de los "juan fernández". Ah!, se me olvidaba. ¿Sabes lo que hizo Juan Fernández, el auténtico y genuino? Trasladar la Feria del Prado a los Remedios. ¿Cómo he podido olvidar tamaño ejemplo de gestión pública, que tanto hizo por la mejora de la ciudad y el bienestar de sus habitantes?
En fin, como he dicho alguna vez aquí, desde 1900, nadie ha hecho nada en Sevilla que merezca ser reseñado, fuera de las dos exposiciones universales, hasta que llegó Monteseirín. Y el que lo vea de otro modo tendrá que decir qué importantes actuaciones de reforma y/o renovación urbana son imputables a otros regidores, para confrontarlas con el legado de Monteseirín.
Habrás observado que al contrastar a Monteseirín con los "juan fernández" no he hablado para nada del distinto modo en que uno y otros accedieron a la alcaldía, cuestión ésta apenas importante, ¿verdad, Burgos?
Y con esto entro en el asunto que verdaderamente me interesa hoy, que no es saber qué alcalde fue mejor, si Juan Fernández o Monteseirín. Porque eso ya nos lo ha dicho Burgos. Uno fue miles de veces mejor que el otro.
Lo que hoy me interesa lo podría expresar con esta serie encadenada de enunciados:
1.  Antonio Burgos es el más señero opinador del ABC de Sevilla. Es el  columnista que disfruta de mayor realce en el periódico, como muestra  cada día su página web. Si la visitas podrás comprobar cómo, sin  excepción, en la cabecera de la página aparece la foto del "grasioso"  columnista y una entradilla de su columna. El diario, por tanto, se  siente orgulloso de su columnista, por lo que debemos pensar que existe  una general sintonía entre ambos.
2. Uno de los  elementos más definitorios de este columnista es su añoranza de la  dictadura, sus personajes y hazañas. El artículo que hoy comento es un  buen ejemplo y otro no menos notable lo comenté en esta otra entrada del blog. A Burgos y a quienes piensan como él, lo que más les molesta  no es que no gobiernen los suyos. Lo que más les molesta es que esto  ocurra como consecuencia de la “dichosa” democracia.
3.  El diario ABC es uno de los principales medios de comunicación de  tendencia conservadora de España. También se ha convertido (realmente lo  ha sido siempre) en un aliado íntimo del Partido Popular, aunque este  carácter lo tiene que compartir con otros medios que le disputan al ABC  la cercanía e influencia sobre el Partido.
3. El  Partido Popular es la vertiente política del mismo mundo al que  pertenecen Burgos y el ABC, la mayoría de cuyos lectores,  previsiblemente, o son militantes o simpatizantes de aquel. Todo este  magma sociológico tiene una singular relación vital e intelectual con la  dictadura, de un cariz similar al que hemos visto que destilan las  columnas de Burgos. Esto es una excepcionalidad de la derecha española,  que la distingue radicalmente de las derechas de las viejas democracias  europeas. Y, por otro lado, es una anomalía de España, ya que no de otro  modo se debe calificar el que una proporción tan importante de sus  ciudadanos tenga esa visión tan singular de nuestra historia.    
Un país sano y fuerte ha de construirse, entre otras cosas, sobre unos consensos sociales básicos, compatibles con la pluralidad de una sociedad compleja que aspire a ser contemporánea. Tales consensos deben extenderse a un entendimiento común de los hitos esenciales de nuestra historia, que todos deberíamos compartir. Y sentir nostalgia de una dictadura cuasi-fascista, muchas de cuyas víctimas aun pueden hacer oír su voz, hace imposible tales consensos. Y, ensalzar a los jerarcas de dicha dictadura, mientras se vitupera a políticos electos no es ni siquiera una mezquindad, es directamente una simpleza intelectual y una sandez que retrata a quien la perpetra.
Un país sano y fuerte ha de construirse, entre otras cosas, sobre unos consensos sociales básicos, compatibles con la pluralidad de una sociedad compleja que aspire a ser contemporánea. Tales consensos deben extenderse a un entendimiento común de los hitos esenciales de nuestra historia, que todos deberíamos compartir. Y sentir nostalgia de una dictadura cuasi-fascista, muchas de cuyas víctimas aun pueden hacer oír su voz, hace imposible tales consensos. Y, ensalzar a los jerarcas de dicha dictadura, mientras se vitupera a políticos electos no es ni siquiera una mezquindad, es directamente una simpleza intelectual y una sandez que retrata a quien la perpetra.
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