miércoles, 13 de febrero de 2013

Ratzinger y sus sombreritos





 

Como me conoces, ya me habrás imaginado enarcando las cejas ante tanto ditirambo ratzingeriano. Se ha convertido en obligatorio admitir que nos encontramos ante uno de los grandes intelectuales y pensadores europeos. Es irremediable, también, aceptar que se trata del paladín de la lucha contra la plaga de la pederastia eclesiástica. Es inexcusable alabar a quien ha sido capaz de conciliar fe y razón, esa suerte de agua y aceite que nos quieren hacer tragar lisonjeros y aduladores.
Francamente, no puedo reconocerle tales méritos a quien tanto daño habría hecho si tuvieran eco y seguidores sus proclamas, por ejemplo, sobre la prevención del SIDA, por citar sólo una.
Para mí, lo más notable del papado de Ratzinger han sido los rituales suntuosos, llenos de dorados, armiños y tafetanes, sin faltar una notable afición al empleo de toda clase de tocados. También algunos 'zapatitos' de los que ya he dado cuenta aquí antes.
Si acaso (hoy estoy generoso) le reconocería virtud en su retirada, gesto de hombre corriente y no de Papa que, de alguna manera, lo humaniza.





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