Se trata de un curso muy exigente, con cinco horas diarias de clases durante 10 meses, exámenes de evaluación y la obligación de elaborar y defender un trabajo fin de master. No me refiero a la dificultad que entraña la superación previa de los ejercicios de la oposición, que es suficientemente conocida.
Pronunciaron discursos en el acto el secretario de Estado de Hacienda y la directora de la Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT).
Los discursos tuvieron un carácter ciertamente entrañable. Llenos de felicitaciones a los nuevos inspectores, de agradecimiento a sus familias por el apoyo que les han prestado durante la preparación de las oposiciones, incluyendo palabras de ánimo y estímulo para las nuevas carreras profesionales que ahora se inician.
Pero los discursos no carecieron de otros contenidos menos jubilosos y joviales.
El secretario de Estado se refirió a los actuales casos de corrupción que ensucian la imagen de la Hacienda Pública española. Sin necesidad de ser más explícito, todos supimos a qué se estaba refiriendo. En este sentido, animó a los egresados a tomar conciencia de que su honestidad y la rectitud de sus conductas resultan esenciales para que los ciudadanos/contribuyentes confíen en la Hacienda Pública y en las instituciones públicas del Estado, en general.
Por su parte, la directora de la AEAT se refirió al prestigio técnicoprofesional de la institución, que tiene su origen en la calidad de sus funcionarios y en la potencia de los medios técnicos de que dispone para la gestión e inspección tributarias. En este contexto, aunque no tomé nota literal de sus palabras, recuerdo que defendió con convicción la necesidad de que esta formidable herramienta del Estado no se fraccione, pues perdería gran parte de la eficacia y eficiencia que actualmente caracterizan su desempeño.
A esta cualificada funcionaria del Estado de altísimo rango no le estaba permitido en ese trance ser más explícita, pero todos entendimos lo que sus palabras quisieron decir.
Ayer fue un día gozoso para nosotros, por lo que allí se celebraba. Pero yo salí del acto con la alegría añadida de saber que todavía ocupan puestos clave de la organización del Estado personas como esta funcionaria, que parecen estar dispuestas a hacer valer las posiciones en las que creen, aunque no coincidan con el programa político del Gobierno para el que trabajan, incluso con riesgo de sus carreras profesionales.
Como dijo, al parecer, el filósofo e historiador alemán Oswald Spengler (1880-1936) “Al final, es siempre un pelotón de soldados el que ha salvado a la civilización”.
N. B.: Este es el pasaje del discurso de la directora de la AEAT que me dio pie para escribir lo que consta más arriba.
“La Agencia Tributaria ha demostrado al cabo de sus treinta y tantos años de vida su importancia como institución vital del país. Es una institución sólida, eficiente y moderna, que incorpora con rapidez los avances tecnológicos y que, además, atiende no solo a su misión primordial que es, como bien sabéis, la aplicación efectiva del sistema tributario estatal y del aduanero, sino que ha sido capaz de poner en marcha, de manera prácticamente inmediata, mecanismos de ayuda a los ciudadanos y a las empresas, cuando las circunstancias económicas y sociales derivadas de la pandemia, la guerra de Ucrania y de otras situaciones de vulnerabilidad nos lo han exigido.
Esta versatilidad es posible gracias a una arquitectura informática sólida y experimentada y a un modelo único de información y, especialmente, gracias a las más de 27 mil personas repartidas por todo el territorio, por todas las delegaciones, administraciones y servicios centrales. Es importante mantener este modelo y a esto se han dedicado todos los equipos directivos de la Agencia, para garantizar su eficiencia y su eficacia en la lucha contra el fraude y el mejor servicio al ciudadano.”
Como suele decirse, a buen entendedor…
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