El boletín de noticias que llega a mi buzón de correo cada mañana, El Economista Express, trae hoy dos informaciones que me han producido una satisfacción íntima.
El primer titular es el siguiente: “Londres desaparece como plaza bursátil atractiva: la 'City' cae por debajo de Omán y casi empata con Grecia en salidas a bolsa”. La otrora principal plaza financiera europea y una de las principales del mundo parece hundirse en la insignificancia, según datos de 2025. Para El Economista, esta decadencia de la ‘City’ londinense y del Reino Unido, en general, como plaza financiera no tiene otro motivo que el Brexit. De modo que uno no puede sino sentir satisfacción por el hecho de que la arrogancia y el egoísmo mostrados por la mayoría del pueblo británico en el referéndum sobre el Brexit estén recibiendo su merecido.
El segundo titular se refiere a una realidad algo más compleja y reza así: “EEUU se enfrenta a un apagón sin precedentes en los datos de empleo y el único disponible es catastrófico”. El apagón en los datos de empleo está relacionado con una de las anomalías consuetudinarias del sistema político norteamericano, que conduce con frecuencia a lo que se conoce vulgarmente como el “cierre del gobierno”, cuando se agota el presupuesto de un ejercicio y no hay acuerdo en las cámaras legislativas para aprobar uno nuevo. En estas circunstancias, las funciones no básicas del gobierno (como la elaboración de estadísticas de empleo, por ejemplo) se quedan sin financiación y no pueden desarrollarse. Este escenario disfuncional en el que se ve sumida la vida pública norteamericana se ve agravado por las políticas trumpianas, que han aplicado la motosierra a numerosos servicios públicos que han desaparecido o se han quedado en las raspas. Algo que probablemente le habrá afectado a la elaboración de las estadísticas laborales. El segundo elemento del titular hace referencia a las únicas estadísticas de empleo disponibles en este momento, de carácter privado, según las cuales, los datos de empleo de septiembre son catastróficos. El Economista no llega a culpar a Trump del deterioro del empleo en EE.UU., pero nada costará imaginar que algo tendrán que ver con ello las energúmenas políticas del despreciable tipo del pelo amarillo. Y ese es mi segundo motivo de satisfacción: las incomprensibles pulsiones que han llevado al pueblo norteamericano a elegir por dos veces a un auténtico indeseable, desde cualquier punto de vista que se mire, parecen estar recibiendo, también, su merecido y eso debería ser motivo de alegría, al menos para los seres humanos de cualquier lugar del planeta que nos conducimos con racionalidad.
La tercera información no aparece en el boletín de El Economista de hoy, pero la traigo yo a colación, porque es de parecida naturaleza y me produce no menor satisfacción que las anteriores. Me refiero, por un lado, a la circunstancia de que Madrid haya superado a Cataluña en pujanza económica y en renta per cápita y, por otro lado, al hecho de que, después de ocho años, solo un 7% de las empresas que dejaron Cataluña con motivo del Procés hayan vuelto, según las últimas informaciones. De nuevo, las pulsiones xenófobas, supremacistas y egoístas de una porción del pueblo catalán (es probable que solo levemente mayoritaria, pero mayoritaria al fin) reciben su merecido y eso solo nos puede producir satisfacción a quienes tales impulsos nos parecen odiosos.