Estos días he sido testigo de un par de manifestaciones claramente representativas de la desorientación bajo la que vive hoy la izquierda. Y no me refiero solo a la izquierda política, ya que los autores de las expresiones a las que me voy a referir forman parte de lo que podríamos llamar la izquierda social o, más apropiadamente, la izquierda cultural.
El escritor Juan José Millás mantuvo el domingo una conversación en la radio con el director del programa de la Cadena Ser “A vivir que son dos días”, Javier del Pino. La conversación versaba sobre uno de los temas favoritos de la izquierda política y social en estos días: Donald Trump. Después de que el periodista describiera en un tono justificadamente escandalizado los últimos desmanes del sátrapa del pelo amarillo intervino Millás con un discursito sacado del manual de estilo de esta nuestra izquierda contemporánea. Según contó en la radio, el escritor, al parecer, conjura las amenazas y los miedos que le produce Donald Trump mirando por las mañanas cómo los padres siguen llevando a sus hijos al colegio que se encuentra delante de su casa y cómo luego se va cada uno a sus ocupaciones y trabajos cotidianos, como si tal cosa. Pero no solo eso; el colegio es una mera excusa para que Millás se haga lenguas de la diversidad racial y cultural que observa en las familias de los niños de ese colegio, hasta el punto de que llegó a exclamar que dicha diversidad es señal y síntoma de que vivimos en el mejor de los mundos. Tan brillante y robusto es ese mundo que dibuja Millás, que no hay Trump con fuerza suficiente para destruirlo.
Esta visión de la inmigración, que de tan edulcorada resulta infantil, se encuentra inscrita en el ADN de nuestra izquierda. Para los millás y compañía no hay más enfoques posibles del asunto de la inmigración que su visión pastoril o la de Trump. De modo que preocuparse por asuntos tales como cuántos inmigrantes necesita nuestro mercado de trabajo, de qué viviendas disponemos para alojarlos, de qué recursos para los servicios de educación, salud, etc. que se les han de prestar en condiciones dignas, qué políticas de integración deben desarrollarse, etc., etc., debe de ser cosa de lunáticos o de fachas.
Nada de eso, para la izquierda actual, el problema de la inmigración (porque es un problema) se resuelve con una inmensa oficina de expedición de documentos de identidad a todos los que deseen quedarse en España.
El segundo caso que quiero comentar es la última columna dominical de Elvira Lindo en el diario El País. A propósito de determinados comentarios que realizó en redes sociales en el pasado la actriz, candidata al Oscar y activista trans, Karla Sofía Gascón (KSG), la autora construye (es un decir) lo que podríamos calificar como un epítome de toda la desorientación, confusión y desconcierto en los que se encuentra sumida la izquierda, al haber convertido en banderas de la propia izquierda todos los movimientos de victimismo identitario contemporáneo.
Elvira Lindo empieza haciéndonos saber, citando nada menos que a Primo Levi, que la condición de víctima no ennoblece ni le da la razón a nadie. Acabáramos. Pero ¿no es eso, precisamente, lo que hace la ley del solo sí es sí, darles la razón a las mujeres por el hecho de ser víctimas? ¿En qué quedamos?
A continuación, Elvira Lindo ridiculiza a quienes han convertido a KSG en una heroína, por el mero hecho de ser una persona trans y activista del movimiento en favor de dicho colectivo. Pero, me pregunto yo, ¿no es eso lo que hace la izquierda con todas las identidades que en el mundo son, convertir en héroes o santos laicos a toda clase de víctimas reales o imaginarias?
Elvira Lindo no menciona cuáles son las opiniones de KSG que han creado la enorme controversia, de la que la escritora se hace eco y que comenta en su columna. Pero, para que este comentario que estoy haciendo adquiera sentido es necesario que me refiera a algunas de esas opiniones de la actriz. Según se ha sabido, KSG se ha expresado en términos hipercríticos respecto de la religión musulmana, por sojuzgar a las mujeres y, en general, por considerarla contraria a la civilización. También se expresó en contra del nacionalismo catalán, cuando, en relación con el referéndum ilegal de 2017, afirmó que “Democracia es votar todos, no los que a unos pocos les dé la gana”. Otras de las invectivas de la actriz trans se dirigieron a las ceremonias de entrega de los Oscars, de las que, entre otras cosas, dijo que "Cada vez más se parecen a una entrega de premios de cine independiente y reivindicativo, no sabía si estaba viendo un festival afrokoreano, una manifestación Blacklivesmatter o el 8M. Les faltó darle un premio al corto de mi primo, que es cojo".
Elvira Lindo les aplica a estas opiniones la plantilla de la izquierda biempensante contemporánea y, al hacerlo, la pobre se queda turulata, aquejada de una bizquera ideológica que le hace decir tonterías como las siguientes:
“Dividir las identidades en compartimentos estancos está siendo perturbador para la causa general de los derechos humanos.” Ya sé que resulta aventurada cualquier glosa de este profundo pensamiento, pero hagamos un esfuerzo. Y, en ese sentido, debemos preguntarnos si lo que nos quiere decir Elvira Lindo es, por ejemplo, que una persona activista trans, por el hecho de serlo, no puede opinar que el islam es incompatible con la democracia; o que el nacionalismo catalán es un movimiento xenófobo y supremacista; o que la ceremonia de los Oscars se ha convertido en un festival en el que encuentra asiento toda extravagancia identitaria, siempre que se presente con el debido pedigrí woke.
Continúa diciendo Elvira Lindo: “Cuánto trabajo debe hacer la izquierda para atar de nuevo los cabos, los cabos que nos unen más allá de lo singular de cada identidad; cuándo encontraremos esa causa común para que quien exige reconocimiento y respeto hacia su condición sea capaz también de tenerlos hacia quienes no son del mismo colectivo, asumiendo, aunque duela, que puedes ser víctima de un prejuicio y a un tiempo culpable de albergar otro.” ¡Toma ya!
Como se ha podido ver, para Elvira Lindo, KSG, siendo víctima de los prejuicios sociales contra las personas trans, es, a su vez, culpable de albergar prejuicios contra la religión musulmana, el nacionalismo catalán y, en general, contra todo el identitarismo que ha sido apadrinado por la izquierda. En opinión de la escritora, la actriz habría cometido con sus opiniones un pecado de leso izquierdismo, o de leso progresismo. Ya que para esta izquierda que nos asola el identitarismo parece ser un paquete indivisible, un menú que ha de consumirse entero. En palabras de Elvira Lindo, de no ser así, sufriría “la causa general de los derechos humanos”. De modo que, si estás a favor de que nadie sea discriminado por su condición de homosexual o de negro, no solo tienes que aceptar apadrinar, además, a toda la galaxia woke, sino que, también deberás pasar por alto todas las excrecencias que cuelgan de algunos de los colectivos identitarios. Excrecencias tan poco de izquierdas o tan lejanamente progresistas como el trato que recibe la mujer en el mundo musulmán, el apartheid lingüístico aplicado por el nacionalismo catalán contra los castellanohablantes y tantas otras cosas más. Para Elvira Lindo, estas son las exigencias que debe cumplir un buen izquierdista.
Desde que tengo uso de razón política he considerado que mi pensamiento político se encuentra en la izquierda, lo que quiera que esto sea, que nunca me ha sido fácil determinar. A mi provecta edad me sigo considerando una persona de izquierdas, aunque me sigue resultando difícil explicar qué quiero decir cuando lo digo. Pero, la conducta y las opiniones de la izquierda política y social, un extracto de las cuales gloso en este comentario de hoy, me permiten delimitar con facilidad algunos fenómenos que, decididamente, no son de izquierdas y, por tanto, ni forman, ni pueden formar parte de lo que podríamos denominar el corpus ideológico de la izquierda de cualquier época histórica.
En ese sentido, que en la esencia de la religión islámica se encuentre el desprecio y el sojuzgamiento de la mujer es algo que me pone en guardia, precisamente, desde mi pensamiento de izquierdas. Por eso, me resulta totalmente incongruente, por ejemplo, que en las manifestaciones en las que se reivindica la igualdad de la mujer todos los 8M, aparezcan ubicados en espacios destacados de las marchas grupos de mujeres ataviadas con indumentaria islámica. Y para qué hablar del hecho de que desde la izquierda se moteje de racista, islamófobo o cosas peores a quien se expresa públicamente contra los aspectos de la religión musulmana que son incompatibles con la civilización.
Tampoco me parece admisible, desde una perspectiva de izquierdas, que se hayan aprobado leyes en las que, ante los mismos delitos, se prevean penas más severas para los hombres, por el hecho de serlo. Y no me parece admisible porque dichas leyes violan flagrantemente el principio de igualdad, que es uno de los pocos estandartes indiscutibles de la izquierda y un verdadero signo de civilización.
Para qué hablar de la ley aprobada por un gobierno supuestamente de izquierdas en España, que permite a las personas cambiar de género civil a capricho. ¿Desde cuándo ha sido de izquierdas permitir que un hombre que dice ser mujer participe en las competiciones deportivas femeninas, use los aseos de señoras o sea recluido en cárceles de mujeres?
Y me parece particularmente vergonzoso que la izquierda, no solo apoye, sino que sea, en buena medida, la autora responsable de la política de aparheid lingüístico practicada en Cataluña contra los castellanohablantes. Esta discriminación resulta incluso más hiriente si se tiene en cuenta que son las capas más desfavorecidas de la sociedad las más dañadas por esta infame política, pues dicho sector social es casi exclusivamente castellanohablante. La política lingüística de los gobiernos catalanes, que los gobiernos nacionales de izquierdas no solo toleran, sino que apoyan, debiendo combatirla, podrá ser cualquier cosa, pero no es, de ninguna manera, una política de izquierdas. Aquí, como bien se comprende, como rasgo o seña de identidad de la izquierda, no solo está implicado el principio de igualdad, en abstracto, sino una de las expresiones más típicas y tradicionales de los partidos y movimientos de la izquierda clásica, como es su atención preferente a los sectores sociales más necesitados. Desde esta perspectiva, bien puede decirse que la política lingüística de Cataluña (y seguramente, la de Baleares también) se cisca en el pensamiento de la izquierda.
La mayoría de estos rasgos a los que me he referido no eran cuestiones que estuvieran presentes en la época en la que adquirí una conciencia política que me hizo identificarme con la izquierda. Pero mi formación personal y política me ha otorgado un bagaje que me ha permitido evaluar los distintos fenómenos sociales que he contemplado a lo largo de mi vida y tomar una posición ante ellos. Con las lógicas diferencias que derivan de la complejidad del mundo contemporáneo, nunca tuve dificultad para encontrar sintonía con la izquierda en general. Tanto política, como social y culturalmente, sabía en qué lado me encontraba y cuáles eran mis referentes. Pero esa realidad se ha hecho añicos.
Si he de citar un hito concreto, diría que fue la llegada de Zapatero al poder y las políticas que comenzó a desplegar las que empezaron a provocarme una incomodidad creciente, que terminó por convertirse en auténtica desafección. Hasta el punto de hacerme exclamar algo así como: ya no soy de los míos. De los que eran los míos, claro.
La llegada al poder de Pedro Sánchez no ha hecho sino exacerbar esta desafección, con sus cesiones a la extrema izquierda y a los nacionalistas. Aunque esto no debe confundir: lo que yo impugno no es que Pedro Sánchez pacte con esos grupos, sino lo que pacta. Pero esto da para otro comentario que ya emprenderé si tengo ganas en otro momento.
Por hoy termino reafirmándome en las ideas y valores políticos y sociales que me han animado desde mi adolescencia, en la convicción de que dichas ideas y valores son los representativos de la izquierda, por más que hayan sido malversados por la izquierda política realmente existente en la actualidad y por la mayoría de los referentes intelectuales, culturales y sociales que la suelen acompañar.
Frente a la abundante tontuna y la proliferación de artículos políticamente correctos, esta magnífica reflexión, tan clara y llena de sentido común, es un soplo de aire fresco. Enhorabuena
ResponderEliminarRogelio Chicharro
Muchas gracias, Rogelio. No solo por leer el truño, sino porque me atrevo a presentir que bajo tus palabras subyace una coincidencia que me resulta gratificante. Ya que uno ha perdido la tribu, le agrada encontrar nuevos correligionarios y mejor si es entre amigos.
EliminarEn esta gente de izquierdas como tú tengo yo mis esperanzas puestas. Muchas gracias por tus reflexiones, amigo.
ResponderEliminarGracias, anónimo, pero vete perdiéndolas, porque somos muy pocos.
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