domingo, 17 de mayo de 2009

Semana aciaga

En esta semana aciaga han desaparecido dos personas que forman parte de mi memoria, de mi vida. Carlos Castilla del Pino y Antonio Vega.
La figura del psiquiatra, cordobés de adopción, Carlos Castilla del Pino, apareció bien tempranamente en mi vida, con los rasgos diabólicos que le atribuía la sociedad mesocrática y ultracatólica en la que yo vivía a un personaje de una clase social más que acomodada, pero con vitola de “rojo”, de comunista.


Con el paso del tiempo, Castilla del Pino se convirtió en el referente de toda clase de iniciativas y actividades políticas y culturales que se emprendían en la ciudad desde la órbita de la izquierda. La izquierda entonces era todo lo que había a la izquierda del PSOE. El PSOE era casi invisible. Era inevitable toparse con él en conferencias, encuentros literarios, políticos, etc., en los que cultivaba una imagen de sabio distante, pero comprometido. Lo recuerdo con un bolso de piel en bandolera, del que sacaba unas gafas para leer que guardaba en una bonita funda de plata.
No he leído apenas nada de la producción científica o divulgativa de Castilla del Pino, hasta que publicó sus interesantísimas memorias. De modo que mi conocimiento de él, previo a sus memorias, se limita a las opiniones que ha ido vertiendo con el tiempo en entrevistas en periódicos, en la radio o la televisión y a la imagen pública que transmitía.
Siempre he pensado de él y así lo veo en la hora de su muerte, que es un representante genuino de una España abierta, ilustrada, librepensadora, laica y comprometida con los ideales de la igualdad y de la justicia social. Y que, por su edad, ha constituido, junto con otros, de los que recuerdo muy vivamente al también fallecido Eduardo Haro Tecglen, el nexo de unión entre la Segunda República y el período de libertades que disfrutamos desde 1977.
Como ciudadano que creo en los valores que representaba, me entristece la muerte de Carlos Castilla y creo que mantener vivo su recuerdo es una buena manera de que tales valores se mantengan siempre vivos.

El caso de Antonio Vega es bien diferente. Yo había oído, como todos, las canciones más famosas de la época de Nacha Pop, especialmente, “Chica de ayer”. Pero no lo conocí hasta mucho después, cuando cantaba y publicaba discos en solitario. Me picó la curiosidad después de oír un programa de radio y busqué un disco en El Corte Inglés. Elegí al azar uno de los que tenían, que incluía sobre todo canciones melódicas con el título de una de ellas, “El sitio de mi recreo” y quedé rendido para siempre a su voz, a su música, a sus letras.

Además de “Chica de ayer” y “El sitio de mi recreo” otras canciones no dejan de emocionarme cada vez que las oigo, que son muchas. “Se dejaba llevar por ti”, “Murmullo de tus manos”, “Ángel caído”… La música de Antonio Vega tiene un halo misterioso. Nos habla de cosas y situaciones que no siempre entendemos, pero una frase, un acorde, una melodía nos capturan y nos hacen vibrar y sentir emociones inesperadas.
Es verdad que sus últimas canciones ya no tenían la misma fuerza expresiva. Probablemente su decadencia física ha ido pareja de su declive artístico. Descanse en paz, Antonio Vega. Mientras tengamos su música, seguirá entre nosotros.