martes, 22 de junio de 2021

CATALUÑA Y LOS SUDETES

Leyendo el libro de P. E. Caquet, “Campanadas de traición (Por qué Gran Bretaña y Francia entregaron Checoslovaquia a Hitler)” encuentro este texto:

“¡Compatriotas! Como depositario de vuestra confianza y consciente de mi responsabilidad, declaro firmemente ante el mundo que el régimen opresor de la nación checa ha ido demasiado lejos al usar ametralladoras, carros blindados y tanques contra los desarmados alemanes de los Sudetes. Así, la nación checa ha puesto en evidencia ante el mundo entero que es imposible que podamos vivir junto a ellos en un único Estado […] Todos nuestros esfuerzos para alcanzar un acuerdo justo y sincero con la nación checa y sus responsables se han estrellado contra su implacable deseo de destruirnos. En estas horas de inquietud por los alemanes de los Sudetes, yo proclamo, ante la nación alemana y ante todo el mundo civilizado: ¡queremos vivir como un pueblo alemán libre! ¡Queremos trabajar en paz en nuestra patria! ¡Queremos volver al Reich!”

En los años 30, los alemanes de Checoslovaquia, asentados históricamente en la región occidental de los Sudetes, podían hacer una vida normal en su propio idioma, es decir, estudiar, negociar, relacionarse con la Administración, etc. Y, si no tenían instituciones políticas propias es porque Checoslovaquia no era un estado compuesto y, por tanto, ninguna región gozaba de autonomía. No obstante, la presión de los alemanes de los Sudetes había logrado que el Estado se planteara una reorganización territorial, para dar satisfacción a su población de habla germana, negociando los términos de la autonomía con el partido alemán de los Sudetes. Cuando entró Hitler en acción, este partido, contando con ese apoyo, rompió la baraja, emprendió vías ilegales y comenzó a luchar por la secesión de la región de los Sudetes de Checoslovaquia y su anexión a Alemania.

En plena insurrección armada, el líder pro nazi de la minoría alemana de Checoslovaquia, Konrad Henlein, tuvo que huir a Alemania y leyó en la radio una proclama dirigida a sus partidarios, en la que, entre otras cosas, dijo lo que he transcrito más arriba.

Si hacemos las adaptaciones oportunas, esta alocución bien podría haberla hecho el inefable Puigdemont, desde Waterloo, tras su fuga a Bélgica después del 1-O de 2017. Basta con sustituir la nación checa por la nación española, las ametralladoras y los tanques (una exageración, para lo que fue la represión checa del levantamiento de los alemanes pronazis de los Sudetes), por las porras y las balas de goma de la Policía Nacional y la Guardia Civil y los alemanes de los Sudetes, por los catalanes (dos monstruosas sinécdoques).

La historia ya sabe cómo acabó este episodio. Tras la invasión por la Alemania nazi, Checoslovaquia entera quedo anexionada al Reich.

La tesis del libro es la de que este resultado fue favorecido por la deslealtad hacia la democracia checoslovaca, los cálculos estratégicos y la cobardía de Gran Bretaña y Francia.

Contemplando las reticencias europeas hacia el Estado de Derecho español en su lucha contra las manifestaciones ilegales del secesionismo catalán, resulta inevitable recordar los paralelismos con el triste episodio de la pulverización de la Checoslovaquia nacida del Tratado de Versalles, que puso fin a la I Guerra Mundial.

En este momento, distintos tribunales europeos y hoy el Consejo de Europa se están comportando, en alguna medida, como Gran Bretaña y Francia ante la crisis de los Sudetes. Por suerte, el separatismo catalán sólo cuenta en el exterior con los prejuicios antiespañoles de las democracias europeas (una suerte de leyenda negra del S. XXI), y no con un Estado fuerte al que anexionarse. Pero, ¿qué ocurrirá cuando una Cataluña independiente pretenda anexionarse Valencia, Baleares y quién sabe si parte de Aragón?

Este es el desafío al que nos someten los nacionalismos separatistas (una redundancia). Como dijo Mitterrand, el nacionalismo es la guerra y a ella nos dirigimos.