martes, 29 de junio de 2010

La Tercera Gran Depresión

Paul Krugman ha publicado un artículo en The New York Times, en el que augura los peores presagios para la economía en los próximos años.

Sostiene Krugman que en los años 2008 y 2009, el mundo pareció haber aprendido de la historia, aplicando políticas de bajos tipos de interés y gasto público expansivo, para combatir los efectos de la crisis y evitar el colapso de la economía.

Sostiene Krugman que en los últimos tiempos se viene imponiendo, a ambos lados del Atlántico, el “hard money” y la rigurosa ortodoxia del equilibrio presupuestario. Los gobiernos están obsesionados por la inflación cuando la verdadera amenaza es la deflación, predicando la necesidad de apretarse el cinturón cuando el verdadero problema es el gasto inadecuado.

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(Esta fotografía, comúnmente llamada Madre Migrante, fue realizada en marzo de 1936 por la influyente fotógrafa Dorothea Lange. La fotografía muestra, a los 32 años de edad, a Florence Owens Thompson, con tres de sus hijos en Nipomo, California. Pronto se convirtió en un símbolo de la Gran Depresión de los años 30.)

 

Sostiene Krugman que esta política nos conducirá inexorablemente a la Tercera Depresión.

Sostiene Krugman que esto es, ante todo, un fracaso de la política, que se ha manifestado con toda evidencia este fin de semana, en la profundamente desalentadora reunión del G-20.

Sostiene Krugman que la victoria de la ortodoxia poco tiene que ver con el análisis racional, y que la principal premisa de esta política es que el sufrimiento que se impone a otras personas es la forma de mostrar el liderazgo en tiempos difíciles.

Sostiene Krugman que este triunfo de la ortodoxia lo pagarán decenas de millones de trabajadores desempleados, muchos de los cuales continuarán sin empleo durante muchos años, y algunos de ellos nunca volverán a trabajar.

domingo, 27 de junio de 2010

Fábula antiabortista

El diario ABC publica hoy esta “bonita” fábula antiabortista:

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(Pincha para ampliar) 

El periódico ha fiado al ingenio del sin par Juan Manuel Prada el “pie de foto” de la idílica imagen del vientre grávido de arriba. No sé si el ABC ha hecho un buen negocio.

En su línea, el texto de Prada contiene varias falacias. Es verdad que son las habituales de la causa antiabortista, en su vertiente callejera. Pero, a estas alturas, uno esperaría que lo trataran con más inteligencia y no con cuentos tramposos.

En primer lugar, la misma farsa de cada día: un feto con nombre. Se llama Roque, porque, como es bien sabido, el feto es persona y el aborto asesinato. ¿Concibe alguien un asesinado sin nombre?

La segunda es mucho más malintencionada, más pradiana, podríamos decir. Si la historieta fuera realidad y no superstición, sería calumnia y grave, pero, como huele a trola por los cuatro costados, dejaremos de lado la calumnia. Cuando la supuesta amniocentesis reveló que el supuesto Roque nacería con síndrome de Down “a (la supuesta) María la invitaron a abortar, la exhortaron a abortar, le auguraron una existencia infernal si no abortaba, incluso pretendieron pintarle el aborto como una solución misericordiosa” para el pobre “niño inocente”. Pero ella y su supuesto marido “decidieron desoír las palabras ofidias que les prometían alevosamente una vida tranquila si borraban el futuro de (el supuesto) Roque”.

La fábula de Prada necesita un personaje pérfido. Este personaje le augura el infierno a la supuesta María, la invita, qué digo la invita, la exhorta a cometer el mal. Y María, con la ayuda del supuesto Ramón, su supuesto marido, vence a las fuerzas del mal y continúa con su embarazo. Pero, ¿quiénes son estas fuerzas del mal, quién es este personaje de vileza infinita, que quiere obligar a abortar a María? Ya lo habrás imaginado. Qué más da, si esto es una fábula y aquí, como en las de Samaniego, lo importante es la moraleja y no la verdad; ni siquiera la verosimilitud.

La superchería de Prada termina con una invención apoteósica. La supuesta María y el supuesto Ramón acaban de saber que el supuesto Roque nacerá sin síndrome de Down. ¡Toma ya, Juan Manuel! La amniocentesis ha fallado, a pesar de que su fiabilidad es del 99,99 por ciento. Este desenlace de la historieta me trae a la memoria aquella tontada que contaban los antiabortistas de la primera hora. Te preguntaban: ¿serías partidario de practicar el aborto a una mujer encinta de un ser cuyos padres son alcohólicos, drogadictos, delincuentes, mayores de 45 años y no sé cuantas más taras? Tú contestabas tímidamente que te parecía que sí y el hábil preguntante te espetaba inmediatamente: pues acabas de asesinar a Beethoven. Sin comentarios.

El problema de la notoria campaña de publicidad antiabortista del ABC no es la bucólica foto. El problema es la falta de credibilidad del autor del texto, un espécimen cavernícola que ha alcanzado cimas intelectuales como éstas:

- Respecto de la Ministra de Igualdad: “El pensamiento de Bibiana no es imbécil porque ni siquiera anda; el pensamiento de Bibiana no se ha puesto todavía en pie, es un pensamiento abyecto (…) que repta, que se arrastra por el suelo”.

- Respecto del sida: “Los repartidores de condones son los creadores del sida”.

- Respecto de Obama: “El negro nos dirá a los españoles que Zapatero es nuestro redentor”.

- Respecto del evolucionismo: “Si existe un momento en la historia del universo en que parece más que probable la intervención del misterio, es precisamente el momento en que el hombre irrumpe en el mundo". Y al séptimo descansó, Juan Manuel, ¿verdad que sí?

Palabras ofidias no, Prada. Fábula, superchería, invención, cuento, patraña, mentira, falsedad, embuste, farsa, simulación, falacia, engaño, fraude, falsificación, añagaza, subterfugio, treta, enredo, engañifa, paparrucha, trufa, macana, bola, mendacidad… pero sin ingenio, zafio y con mala uva.

viernes, 25 de junio de 2010

Piove?, porco governo!

Estaba yo extrañado al comprobar que ningún medio de comunicación había culpado hasta el momento al Gobierno del atropello de Castelldefels. Pensé: como las víctimas son sudamericanas de primera generación, aún no han adquirido ese vicio tan español (tan europeo, probablemente) de culpar al gobierno de todos nuestros males, incluso de aquellos causados por nosotros mismos. “Piove?, porco goberno!”, dicen los italianos.
Por suerte, el periódico El Mundo ha venido a abrirnos los ojos, a alumbrarnos en la tenebrosa oscuridad en la que vivimos. Con su acreditada fama de carroñero, adquirida en sus desvelos para aprovechar hasta el último despojo de los cadáveres del 11M, y consolidada con el accidente de Barajas, acude presto a la cita con los muertos de Castelldefels y comienza hoy lo que con seguridad será una larga e intensa serie de insidias e insinuaciones malévolas que terminarán, ¿a que ya has adivinado dónde? En Zapatero, naturalmente. ¿Quién será el culpable de los muertos de Castelldefels?: Zapatero, a qué dudarlo.
Este panfleto nauseabundo, en un artículo en el que describe lo que, a su juicio, son las 5 claves del siniestro (pronto le llamará genocidio, puesto que todos los muertos son sudamericanos), titula la primera de las claves (para el lector no avisado, donde dice claves, hay que entender causas) así: “Un paso subterráneo colapsado”. No se entretenga más el lector. El Gobierno hace tan mal las cosas y tan estrechas que obliga a los ciudadanos a cruzar las vías por cualquier sitio y a perder la vida.
Repugnante. Bravo, Jotapedro, si no existieras habría que inventarte.

EL IN-MUNDO

jueves, 24 de junio de 2010

3.000 delincuentes

Estos días se ha sabido que el Gobierno ha reconvenido a un grupo de presuntos delincuentes, cogidos infraganti, para que se arrepientan, reconozcan sus delitos y, así, con un leve acto de contricción, queden libres y limpios de toda mancha sin ni siquiera ser desposeídos del arma de su delito.

Violadores en masa, delincuentes medioambientales y contra el patrimonio histórico, asesinos alevosos, prevaricadores, ladrones con violencia, estafadores, pederastas, autores de cohecho. A todos ellos, en un número aproximado de 3.000, el Gobierno les perdonará sus pecados con una pequeña multa, proporcional a sus recursos económicos y pelillos a la mar. Eso sí, el que viola amenazando con una enorme navaja a sus víctimas, vierte residuos ilegales al río, destripa yacimientos arqueológicos, asesina a su mujer descerrajándole un tiro en la cara, despluma un Ayuntamiento, destroza el escaparate de una joyería mediante alunizaje y se lleva todas las joyas, extiende cheques sin fondos, abusa sexualmente de menores, soborna a un funcionario o se deja sobornar; a todos ellos, no sólo se les permitirá que sigan libres en la calle sin ninguna condena, sino que se les permitirá, además, conservar el arma del crimen y todos los efectos necesarios para cometerlo. Conservarán sus navajas, pistolas, instalaciones contaminantes, empleos públicos de los que se prevalieron para cometer sus delitos, etc.

Además, medios bien informados del Ministerio del Interior han declarado que dado que se trata de personas muy poderosas económicamente, contarán a su favor con los mejores abogados del país, podrán comprar de mil maneras la voluntad de los innumerables jueces que intervendrán en los procesos que entablarán en todas las instancias (hasta el Tribunal de Derechos Humanos de Naciones Unidas, si fuera necesario); llegado el caso, podrán influir en el propio legislador. De hecho, ya influyen constantemente, para que el sistema jurídico sea la selva procelosa de la que sólo ellos con sus abogados y sus tretas pueden salir. El portavoz ha llegado a decir que la posición del Estado es tan débil en un asunto como éste, que muy probablemente el Ministerio no vaya mucho más allá de donde ha ido hasta ahora, limitándose a rogarle por favor a los delincuentes que se arrepientan de lo que han hecho y que prometan que no lo volverán a repetir.

¿Te imaginas leer una noticia como ésta en la prensa, oírla en la radio o verla en la televisión?

Pues eso, ni más ni menos, es lo que ha ocurrido hoy. La diferencia entre lo que acabo de describir y la realidad es, únicamente, lo siguiente. Que donde he dicho asesinato, violación, robo, cohecho, etc., entiéndase delito fiscal y donde he señalado al Ministerio del Interior, entiéndase el Ministerio de Hacienda. Y la diferencia más importante. Que a la mayoría de los ciudadanos, incluso ahora, con la que está cayendo, les importa un comino que la gente defraude a hacienda. Es más, si me apuras, el delincuente fiscal goza de un cierto prestigio social, ya que todos querríamos estar en su lugar. Así nos va y así nos seguirá yendo.

Hasta que la sociedad no exija conocer con detalle los nombres y las circunstancias de estos delincuentes, sean motivo de vergüenza pública y se exija un castigo ejemplar para ellos, defraudar a hacienda seguirá siendo, no ya gratis, sino rentable.

miércoles, 23 de junio de 2010

Se llama Osborne

Éstas son las medidas de ajuste presupuestario que ha adoptado el nuevo gobierno del Reino Unido, presidido por el conservador David Cameron, con el fin de que el déficit público pase 10,1% del PIB este año al 1,1% en 2015.

- La mayor parte de los ministerios tendrán un recorte de gastos del 25% en cuatro años.

- Las subvenciones serán recortadas en 11.000 millones de libras (13.273 millones de euros), en particular las ayudas a niños menores de tres años y una valoración más rigurosa de las ayudas a inválidos.

- Los funcionarios que ganen más de 21.000 libras al año (25.360 euros) tendrán el sueldo congelado durante dos años.

- Aumento de 65 a 66 años en la edad de jubilación.

- Se congela la asignación a la Reina.

- El IVA aumenta del 17,5% al 20% a partir de enero de 2011.

- El impuesto de plusvalías sube del 18% al 28% para las rentas más altas. Las primeras 10.100 libras seguirán exentas.

- Tasa a los bancos sobre sus activos con el fin de recaudar2.000 millones de libras al año (2.412 millones de euros).

- Rebaja del impuesto de sociedades en un punto por año, hasta el 24% en 2014.

- Subida a 1.000 libras (1.200 euros) en el límite exento del impuesto sobre la renta, lo que permitirá a 880.000contribuyentes eludir el pago.

Este gobierno, como ya dije del francés el otro día, también está integrado por peligrosos comunistas. Eso es lo que explica, sin duda, que hayan subido el impuesto de plusvalías del 18 al 28 por ciento (en España es del 21%), que hayan establecido una tasa a la banca, sobre sus activos, que le hayan congelado la asignación a la Reina o que, en fin, no le hayan reducido el sueldo a los funcionarios, tan sólo se lo han congelado a los que ganan más de 25.360 euros al año.

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En la foto, el canciller del Exchequer (equivalente al ministro de hacienda), George Osborne, se dirige hacia el 10 de Downing Street, residencia del Primer Ministro, llevando en su cartera las medidas de ajuste fiscal. El aire atildado de este flamante responsable del tesoro británico, de 39 años, contrasta vivamente con el tamaño y, sobre todo, con la vejez y deterioro de la cartera que porta, que más parece un baqueteado maletín de herramientas de un trabajador manual que una cartera ministerial.

Lo que no sabemos es si Osborne no tuvo tiempo aún de procurarse una cartera adecuada, dado el escaso tiempo que hace que ocupa el cargo, o, consciente de la importancia de la escenografía en política, ha querido transmitir una imagen de austeridad y de calma. Los ciudadanos habrán pensado: con este ministro tan sobrio estamos en buenas manos y, además, las medidas que anuncia no deben ser tan graves, si caben en una carterilla como esa.

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N.B. 1: Como me llamó la atención la carterilla de Osborne, he buscado información por ahí (en la wiki, dónde si no) y he descubierto que las carteras de los miembros del Gobierno del Reino Unido se llaman Red box (caja roja), debido al color de la piel con que están hechas y que la más famosa es la Budget box (caja del presupuesto), que es con la que el Canciller del Exchequer presenta el Presupuesto cada año. Es la más conocida, porque todos los años se retrata con ella en la puerta de su residencia oficial del 11 de Downing Street, adyacente a la residencia del Primer Ministro. Al parecer, la que ha presentado Osborne este año es la primera Budget box, que fuera del primer ministro Gladstone, alrededor de 1860, de ahí su aspecto hoy. Y ya no se utilizará más, depositándose a partir de hoy en un museo.

Estas son algunas fotos de la página web del diario The Times sobre el asunto. En la segunda posa con su equipo, en el que, por cierto, se aprecia un cierto desequilibrio de género (¡ejem!).

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N.B. 2: El Presupuesto del Reino Unido no coincide con el año natural.

sábado, 19 de junio de 2010

Paradojas taurinas

Tuve que pensármelo dos veces antes de aceptar hacerme cargo de aquellas clases. El Teniente Mayor de la orden de caballería que organizaba el máster me envió una dadivosa carta, en la que me animaba a colaborar con ellos, merced a mi supuesto prestigio internacional como experto en patologías del toro de lidia. A mí aquello del prestigio internacional me sonaba parecido al congreso mundial del cante jondo. La internacionalidad o la mundialidad de una cosa y de la otra se reducen al contorno de la Península Ibérica y, aun así, amputándole la ancha franja atlántica de Portugal. Tampoco es que me sintiera muy atraído, ni por la institución organizadora, ni por sus rancios valedores. Una hermandad agraria, dizque nobiliaria, a la que había salvado de la quema y de su segura extinción una asombrosa política agrícola que regaba sus latifundios con generosas subvenciones. Esto les seguía permitiendo ocupar los mejores palcos en la antigua plaza de toros, su plaza de toros, y pavonearse en toda clase de celebraciones y francachelas con los anticuados y ridículos uniformes de la hermandad. Tampoco el contacto con los alumnos me estimulaba. ¿Qué aliciente pueden tener unos jóvenes interesados a estas alturas en perder un curso entero en un máster de tauromaquia?, me preguntaba yo.

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Entonces no sabía lo que ahora sé. Que aquellos estudios otorgaban créditos para varias titulaciones universitarias y que el máster estaba fuertemente subvencionado por la Administración, probable reacción a las débiles campañas antitaurinas. Esta extraña y paradójica coyunda entre universidad y tauromaquia no es la única que pude contemplar aquellos meses. Al finalizar el máster, asistí a un solemne acto organizado por la orden caballeresca, que se celebraba todos los años, en el que se premiaban, simultáneamente, los mejores expedientes académicos de la universidad y las mejores faenas de la última feria taurina. Y el acto no fue moco de pavo. Estuvo presidido por el alcalde, el rector de la universidad y el presidente de la diputación provincial. Y a él asistió, como figura estelar, un matador ya retirado, que tenía en la ciudad tratamiento de auténtico faraón taurómaco. El maestro, como todo el mundo lo llamaba, apenas sabía hilar dos frases seguidas sin dañar seriamente la gramática, pero eso no era óbice para que estuviera allí con cierta desenvoltura entregando premios, ora taurinos, ora académicos.

A pesar de todas estas cosas, decidí aceptar. ¡Qué diablos me importa quién me paga ni para qué me paga, si me paga bien!

Las clases del máster me obligaban a desplazarme desde mi ciudad cada semana. Por suerte podía hacerlo en tren de alta velocidad, medio en el que ambas ciudades distaban apenas media hora. Siempre me había llamado la atención aquel tren paradójico. Me preguntaba por qué el gobierno había decidido instalar la primera línea de alta velocidad ferroviaria en una ciudad cuya velocidad media la marcaban los pesados pies de los costaleros en Semana Santa, el lento caminar de los coches de caballos en el inmenso atasco del real de la feria o el premioso paso de los bueyes que arrastran las carretas camino de la romería de la virgen.

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Fueron los alumnos del máster quienes me llevaron la primera vez a aquel local. El bar estaba muy próximo al emplazamiento de las clases, de modo que al salir, hacia las dos de la tarde, uno se dejaba caer como sin querer en aquel lugar cuyo agradable aspecto hacía presagiar que las viandas estarían al nivel de su envoltura.

La Vinatería San Telmo estaba regentada por una pareja de argentinos. Él laboreaba en la cocina, mientras ella deambulaba por entre las mesas acomodando a los clientes, explicándoles los componentes y la preparación de tapas y raciones y aconsejándoles sobre el consumo de vinos argentinos, la especialidad de la casa.

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Aquella primera vez no me percaté de que paredes y techo del bar estaban decorados con citas literarias. Aquel día mi limitada capacidad cognitiva estaba por completo ocupada calibrando los novedosos personajes femeninos que habían irrumpido en mi vida. Dos alumnas del máster y, sobre todo, la dueña del establecimiento.

Las chicas del máster pronto dejaron de interesarme. El máster no les importaba absolutamente nada y mis clases todavía menos. Con todo, más notable era comprobar cómo esa falta de interés parecía extenderse a todos los órdenes de la vida que estuvieran situados extramuros de sus pequeñas vanidades. Y éstas, a su vez, eran tan triviales y anodinas...

Graciela, que así se llamaba la encargada de las mesas, tenía un cierto porte aristocrático, a pesar de su juventud. Era extremadamente flaca, apenas sin formas en sus caderas y de pecho poco prominente. Caminaba muy erguida, mirando de frente, casi hacia arriba y con el mentón ligeramente levantado, moviéndose lenta, pero sinuosamente por entre las mesas. No era una mujer guapa, aunque su mirada inteligente, sus ademanes suaves y elegantes y su voz tenue de arrebatador acento bonaerense cautivaron mi atención al primer instante.

Aquella mirada penetrante que me dedicó el primer día, a primera vista, me confundió. Luego pude comprobar que no era una muestra de interés. Bueno, en realidad sí lo era, pero de un interés, digamos, comercial, que dedicaba a todos los nuevos clientes, a los que escrutaba minuciosamente la primera vez que aparecían por el establecimiento. No sé si trataba de leer en sus ojos -en mis ojos aquél día- el tamaño del buche o del bolsillo. Pero, ya digo que a mí me confundió y quise ver un interés potencialmente lúbrico, donde sólo había otro actualmente mercantil.

Sobre las tres de la tarde, los alumnos se marcharon a sus casas y yo me quedé allí almorzando solo. Bueno, solo no, en compañía de Graciela.

Los días entre semana no había mucha gente almorzando, de modo que pronto ella había servido a los clientes y se acercó a mi mesa a pegar la hebra. Más tarde, con la cocina ya cerrada, su ocupante se despidió de ella, hasta después, con un saludo al vuelo. Hablamos de cosas insustanciales aquel primer día y brevemente, hasta que tuve que marchar a prisa para no perder el tren.

En mi viaje de vuelta me descubrí amasando vívidas ensoñaciones con aquella mujer con la que apenas había intercambiado media docena de banalidades y otro cuarto y mitad de convencionalismos. Siempre he sido muy propenso a tales excesos al sentirme mecido por el suave bamboleo traqueteante de los trenes. Por suerte, la alta velocidad no ha estropeado esa atmósfera de emoción ferroviaria. Si acaso, sólo ha reducido el tiempo de su disfrute.

Toda la semana estuve anhelando la llegada del siguiente jueves. Toda la mañana del jueves estuve deseando que terminaran las clases para vivir la emoción del reencuentro y, al salir, entré de nuevo en la vinatería con algunos alumnos y allí estaba ella, previsible, sonriente, luminosa, pero profesional en su trato con nosotros, también conmigo.

Lo que ocurrió a continuación y en las semanas siguientes fue casi un ritual. Los chicos se iban a comer a casa tras una cerveza y ella se acercaba a charlar, mientras yo terminaba de comer y un rato después de sobremesa. Casi sin darme cuenta, me iba infiltrando en el alma a aquella argentina en dosis semanales, con la alocada inconsciencia de un toxicómano.

Pronto supo el motivo de mi visita semanal y no dejó de interesarse por mis aparentes conocimientos de tauromaquia, presunción ante la que de poco sirvieron mis protestas. Es verdad que mi fama como experto en patología del toro de lidia me había permitido conocer y tratar a todas las subespecies de la tribu taurina. Cuando me desplazaba a las dehesas, llamado por los ganaderos con el fin de examinar algún ejemplar enfermo especialmente valioso o para tratar alguna epizootia, no era infrecuente que me encontrara con novilleros y matadores que andaban por allí entrenando o, simplemente, sumergidos en ese particular universo, para no dejar de respirar el aire de una atmósfera tan particular y penetrante. Y, si estaba el maestro, a su alrededor nunca faltaba una nube de satélites, fijos o de ocasión: apoderado, mozo de estoques, parientes de los más diversos grados y aficionados sin graduación. Graciela encontraba paradójico mi absoluto desinterés por todo ese mundo que a ella, desde la nebulosa porteña desde la que contemplaba el mundo y la vida, le resultaba atrayente, por exótico y racial.

Tuve que explicarle que mi inclinación por el toro de lidia era puramente profesional y había nacido de un modo azaroso. Ni siquiera estaba vinculado a ese mundo por una vocación más o menos conscientemente ecologista. A mí, la verdad, el futuro del toro de lidia me importaba un pepino. Las premoniciones apocalípticas de los taurinos, acerca de que la desaparición de las corridas de toros llevaría aparejada la segura extinción de la especie me dejaban totalmente frío. No porque no lo creyera, sino porque me traía completamente sin cuidado.

Le dije que mis vínculos con el toro de lidia se remontaban a los años en que mi maestro en la facultad de veterinaria y director de mi tesis doctoral me obligó a investigar acerca de una idea asaz peregrina que él mantenía y que exponía a todo el que quisiera oírle, en aulas, despachos y barras de tabernas de la Judería. Este pintoresco individuo, ya fallecido, era catedrático de histología de los animales y sostenía la existencia de un insólito vínculo entre dos fenómenos cuya relación, aparentemente circunstancial, asombraba a su auditorio, ya desde el inicio de su discurso. Estos fenómenos concomitantes eran la frecuencia con la que se caían los toros en las plazas al lidiarlos y la decadencia del rabo de toro estofado, auténtica joya de la gastronomía tradicional de la ciudad, que había venido a menos en los últimos lustros. Sostenía mi maestro que la culpa de ambas plagas se encontraba en el cambio de la dieta de los toros. Los ganaderos habían optado por el empleo masivo de piensos compuestos en la alimentación de los animales, en detrimento de la dieta exclusivamente natural de antaño. Como consecuencia, las deyecciones tenían una composición menos atractiva para las moscas que, al no acudir ya en masa a libar en los excrementos, molestaban menos a los toros. Esto producía una menor movilidad del rabo de los animales, que ya no tenían que estar constantemente espantando las pegajosas moscas de sus cuartos traseros. De modo que los músculos que mueven el rabo, ingrediente fundamental de la joya gastronómica, faltos de ejercicio, ya no tienen la textura fibrosa y la tersura que daban al plato su extraordinario valor. Simultáneamente, por una serie de complejas razones bioquímicas, que mi maestro suponía y que yo debería investigar, el cambio en la alimentación ocasionaría un debilitamiento de los tendones y los cartílagos de las articulaciones, que provocaría que los pobres animales acabasen con sus huesos en el suelo cada dos por tres, con gran indignación de los aficionados que asisten a los festejos, que acaban gritando “tongo, tongo”, en los casos más escandalosos.

Rabo de toro

Esta sucesión de causas y concausas hizo reír a Graciela, que quedó finalmente pensativa. Yo la miraba percibiendo que todo aquel juego de preguntas y respuestas era un mecanismo de seducción mutua asegurada en el que habíamos empezado a entrar, inopinadamente. Aunque, a lo mejor, todo era una figuración mía y ella sólo estaba pensando en el episodio que yo le acababa de contar. Esa duda me hacía mirarla aún más intensamente, para tratar de desentrañar la verdad de su mirada, la razón de su silencio, pero sin resultados concluyentes.

En fin, a la sazón, le decía yo a Graciela, aquella tesis doctoral no me permitió demostrar las peregrinas tesis de mi maestro, pero me convirtió en un experto en anatomía y patología del toro de lidia. Y esta pericia, hábilmente acrecentada con el tiempo, me permitía redondear, y algo más que redondear, los magros ingresos de la universidad.

Después de unas semanas, premeditadamente, preparé mi vuelta a casa en un tren que salía dos horas más tarde del que venía utilizando hasta ese momento.

Cuando llegó la hora en la que debía marcharme le anuncié a Graciela mi nuevo plan, anuncio que ella encajó con total indiferencia. En aquella fase de mi asedio, que no mostrara disgusto ya fue un triunfo. De modo que seguimos charlando despreocupadamente.

Más tarde se levantó y la sentí moverse por la cocina. Desde allí me llamó. Acudí intrigado y algo excitado y, al entrar en la cocina, ella estaba apoyada en una mesa y me hizo un gesto para que me acercara. Cuando estuve cerca me cogió las manos con las suyas, me besó ligeramente en los labios y apoyó su cabeza en mi pecho. Así permanecimos un rato en silencio, mientras mi corazón palpitaba con fuerza. Poco a poco me fui desprendiendo de su cuerpo pegado al mío, me alejé apenas un metro de ella y me sorprendí a mí mismo inquiriéndole con gestos acerca de su conducta. Ella entendió que le preguntaba por el habitante habitual de la cocina y prorrumpió en una carcajada nerviosa que me dejó perplejo. Cuando pudo dominar la risa me dijo con esa voz que me había prendido desde el primer día: “sos requeteboludo, ¿qué pensás, qué es mi marido?, es mi sosio”.

De la mano me llevó hasta la ventana que comunicaba la cocina con el salón de las mesas del local y, desde allí, me indicó que mirara hacia arriba, hacia un punto del techo en el que estaba escrita una cita de Rayuela: “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

Aquella tarde perdí mi tren y todos los que salieron después. Desde aquel día perdí todos los trenes que me llevarían de vuelta.

jueves, 17 de junio de 2010

Somos los últimos de la clase

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El Gobierno francés, integrado por una cuadrilla de peligrosos comunistas, ha decidido subir los impuestos a las rentas altas de trabajo y a las rentas de capital.

Y Rajoy sin enterarse…y algún otro despistado, tampoco.

El quinto rifle

Ronnie Lee Gardner, un ciudadano de Utah (EE.UU) condenado por un asesinato que cometió en 1985, ha elegido ser fusilado, a medianoche, por un pelotón de fusilamiento.

Gardner estuvo semanas decidiendo cómo quería morir, dudando entre la inyección letal y el fusilamiento, optando finalmente por este último. Utah desterró el fusilamiento en 2004, pero no de forma retroactiva, por lo que los presos condenados antes de esa fecha y que deseen ser tiroteados, pueden hacerlo.

El condenado morirá atado a una silla, con una capucha en la cabeza y una diana colgada en su pecho. Cinco tiradores -los verdugos deben tener el visto bueno del Departamento de Prisiones y ser agentes del orden-, armados con rifles del calibre 30 y sólo cuatro de ellos cargados con balas de verdad -el quinto las tiene de fogueo- apuntarán al corazón de Gardner y dispararán en cuanto él acabe de decir sus últimas palabras. Un médico estará en la sala contigua para certificar su muerte.

Es extraordinario el alto grado de civilización que hemos alcanzado. Admirable la interdicción de la aplicación retroactiva de la norma desfavorable (?!), aquella que impediría al reo elegir ser fusilado. Con qué minuciosidad se encuentra regulada la ejecución. Y qué decir de ese guiño al azar, dejando un arma sin cargar. ¿Salvará su vida el reo si los cuatro rifles cargados se encasquillan? ¿Habrá apostado Gardner a ese albur?

lunes, 14 de junio de 2010

Partido Popular para la Liberación de Palestina

 Cospedal trabajadora

¿Un pañuelo palestino o un mantelito, qué es lo que me llevas, Mariadolores?

Partido de los trabajadores, ¿eh? Pero, ¡hombre, Cospedal!, a tu edad diciendo esas cosas. ¿Y ese pañuelito o mantelito o lo que sea? ¿Te has afiliado a Al-Fatah o has fundado el PPLP (PePeLePe), Partido Popular para la Liberación de Palestina?

Pero si tenéis las elecciones en la mano, ¿a qué tanta impostura?

sábado, 12 de junio de 2010

Nick Clegg, un tipo envidiable

Nick Clegg, el reciente viceprimer ministro británico, acaba de visitar España. Antes que viceprimer ministro, Clegg es el líder del Partido Liberal Demócrata, la tercera fuerza política británica, siempre fuera del poder debido al sistema electoral mayoritario, que ha permitido a conservadores y laboristas repartirse el gobierno durante el último siglo e, ininterrumpidamente, los últimos 65 años. Este bipartidismo se ha roto en las últimas elecciones, ganadas, sin mayoría absoluta, por el Partido Conservador de Cameron, en las que ha irrumpido la formación de Clegg con fuerza suficiente como para exigir su entrada en el gobierno. A esta eclosión de los liberal demócratas en el panorama político británico no ha debido ser ajeno el atractivo político y personal de su líder.

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Hoy entrevista a Nick Clegg el diario El País y dice de él que representa algo nuevo, alternativo, distinto en la escena política británica y europea, describiendo su perfil personal con estos trazos: hijo de un banquero con sangre aristocrática rusa y una madre holandesa prisionera de los japoneses en Indonesia durante la II Guerra Mundial, Clegg estudió antropología en la Universidad de Cambridge, Filosofía Política en Minnesota y ejerció el periodismo en Nueva York en la revista progresista The Nation, antes de trasladarse a Bruselas y desarrollar durante una década una carrera política en las instituciones europeas; allí conoció a su mujer, la abogada vallisoletana y experta en asuntos comunitarios Miriam González Durantez, con la que tiene tres hijos; Clegg habla cinco idiomas, entre ellos un español magnífico.

No puede uno sentir sino envidia al pensar que los máximos líderes políticos españoles apenas han salido de España y no saben idiomas. La Presidencia del Gobierno fue, prácticamente, el primer empleo de uno de ellos, del que se desconocen sus inquietudes intelectuales. El otro parece tener como principal preocupación intelectual la lectura del “Marca” y su profesión es la de registrador de la propiedad, un residuo jurásico de un mundo agrario y de un tiempo decimonónico.

En su discurso de aceptación después de ganar la contienda por el liderazgo de su partido, Clegg se declaró "un liberal por temperamento, por instinto y por educación", que cree que Gran Bretaña debe ser el lugar de la tolerancia y el pluralismo. Afirmó sentir un profundo rechazo a los prejuicios de todo tipo y que sus prioridades son: la defensa de las libertades civiles, delegar la gestión de los servicios públicos a los padres, alumnos y pacientes y proteger el medio ambiente. En una entrevista a la BBC, el día después de su elección como líder de su partido, Clegg dijo que no cree en Dios, pero que tiene un gran respeto por las personas de fe. En 2010, preguntado sobre esta cuestión, declaró que si tuviera que contestar sí o no diría: "Si llega el caso, no sé si Dios existe; yo soy mucho más que un agnóstico."

En su momento, Clegg se opuso claramente a la invasión de Irak y se ha declarado partidario del desarme y de una política exterior más humanitaria.

Un rasgo significativo de su pensamiento lo podemos encontrar en una polémica que mantuvo en 2002, cuando acusó a Gordon Brown de fomentar la condescendencia y un cierto aire de superioridad con respecto a Alemania. En un artículo, Clegg escribió que "todas las naciones tienen una cruz que cargar, y ninguno más que Alemania, con sus recuerdos del nazismo. Pero la cruz británica es más insidiosa aún. Un falso sentido de superioridad, sostenida por los delirios de grandeza y por una tenaz obsesión con la última guerra, es mucho más difícil sacudírsela.”

miércoles, 9 de junio de 2010

Cómo nos ve “The Economist”

La revista The Economist publica un artículo* comentando la situación económica de España y las dificultades para poner en práctica medidas de contención del gasto público y otras medidas para la mejora de la situación económica. La información está ilustrada con esta imagen:

El toro del gasto público

El picador es el Consejero de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Francisco Granados, al que toman como ejemplo para explicar las rigideces que padece la Administración Pública en España. El artículo tiene un tonito un poco cargante. Su autor parece haberse creído por un momento uno de los viajeros románticos del XVIII y describe la situación que pretende explicar con el aire de superioridad que se emplea para narrar realidades atrasadas y exóticas.

El Consejero le ha explicado a la revista sus dificultades para reducir el parque de vehículos y conductores oficiales, ya que no puede cambiar a los conductores de destino, sin su consentimiento. También le ha contado que en España no se puede despedir a los funcionarios, y que tienen un alto grado de absentismo (18%), ya que pueden estar tres días sin trabajar sin parte médico y que, nada más en la Comunidad de Madrid, hay 3.242 liberados sindicales. Granados ha dicho también, al parecer, que no puede privatizar empresas públicas, como él desearía, porque los trabajadores a los que despidiese el comprador de la empresa habría que readmitirlos en el sector público (?). The Economist también se sorprende de que no se pueda contratar a un cirujano estrella en un hospital público, ya que los índices salariales en España son los mismos para un cirujano que para un trabajador de la limpieza.

The Economist, junto con The Wall Street Journal y Financial Times, es una de las biblias de las altas finanzas mundiales. De ahí que sea importante saber cómo nos ven y qué esperan de nosotros. Aunque sea para darles un corte de mangas, que es lo que nos pide el cuerpo.

* El documento que puedes ver en el enlace es la traducción automática de la página web. El original lo puedes consultar aquí.

lunes, 7 de junio de 2010

¿No lo decía yo?

En la entrada del día 4 de junio "Una década perdida" defendía yo la supresión de las Diputaciones Provinciales y una drástica reducción de los municipios.
Mira por donde, el Secretario General del PSOE, José Blanco, estaba pensando lo mismo. En una entrevista que publicó ayer El Norte de Castilla, dijo lo siguiente el Ministro de Fomento:
"Sobre lo que sí se puede reflexionar es sobre nuestro modelo de la administración, dónde pueden darse duplicidades y si hay entidades que se pueden suprimir. La pregunta que uno puede hacer es: ¿Tiene sentido en una administración tan descentralizada que sigan existiendo las diputaciones provinciales? ¿Tiene sentido que haya tantos miles de ayuntamientos tan dispersos, que no tienen prácticamente capacidad de invertir y cuyo único gasto es el gasto corriente? Estas son las reflexiones de verdad. En el debate político nos hemos acostumbrado, lamentablemente, a hablar de chorradas en lugar de hablar de las cosas de fondo."

El mundo al revés

La actualidad no deja de ofrecernos paradojas. Las de hoy son lacerantes, para un elector de izquierdas.
El diario El Mundo anuncia en exclusiva que el Gobierno estaría estudiando una amnistía fiscal. Según el periódico, Zapatero ha encargado a Elena Salgado que elabore un plan de regularización fiscal que afectaría al dinero opaco colocado por contribuyentes españoles en el extranjero y al dinero negro generado en España con la economía sumergida, cuyo volumen ha crecido en los últimos meses. En la aplicación de este plan, el Ejecutivo no sancionaría a los defraudadores siempre que suscriban deuda a precio inferior al del mercado y así se lograría financiar a coste más barato la deuda pública. Como digo, una amnistía fiscal en toda regla. Sería la tercera aprobada por un Gobierno socialista en la democracia. Aunque no es descartable que se trate de una de las insidias propias de este diario, de por sí ya bastante insidioso, el PP ha reaccionado inmediatamente, rechazando el presunto plan del Gobierno por "impresentable", "injusto" y "antisocial". Así lo ha calificado su secretaria general, María Dolores de Cospedal, quien ha subrayado la "paradoja" de que "a los que pagan impuestos se les suban" y "a los que no, se les perdonen". La base social del PP sabe perfectamente que esta postura es un elemento más en la estrategia de desgaste de Zapatero y que esta presunta medida del Gobierno de Zapatero va en la línea de las políticas fiscales del PP. ¿O es que ya nadie se acuerda de quién gobernaba en España en 2002, cuando se permitió gratuitamente a todos los defraudadores cambiar los "tacos" de billetes de 10.000 pesetas por los de 500 euros?
Si Zapatero se ha propuesto que al PSOE le pase como a la UCD en 1982, éste es un camino seguro.
Vamos por la segunda paradoja. Transcribo la parte final del artículo que publica hoy en el Diario de Sevilla el político andaluz del PP Juan Ojeda: “…si Zapatero hubiese anunciado, antes que la bajada de los sueldos a funcionarios y la congelación de las pensiones, impuestos especiales para determinados niveles de renta, patrimonio o beneficios empresariales y financieros, habría tenido una mayor legitimación, suponiendo que eso no hubiese sido suficiente, para ampliar las medidas a las clases menos pudientes. Pero lo ha hecho al revés, primero los pobres y luego, ya veremos, pagarán los ricos. O sea, un desastre de estrategia”. Es verdad que Juan Ojeda es uno de los políticos más decentes del PP en Andalucía, de la estirpe de los Pimentel, Amalia Gómez y alguno más. Y que quizá por eso, pinta poco orgánicamente en el Partido, pero, con este discurso, adelanta a Zapatero por la izquierda.
Lo diré más crudamente: suscribo lo dicho por Ojeda, de la cruz a la fecha.

domingo, 6 de junio de 2010

Hoy viene el periódico entretenido

Hoy viene el periódico sembrado. Además del artículo de Krugman que reproduzco en la entrada anterior, la Cuarta Página de Javier Cercas sobre la Guerra Civil es luminosa*. El resumen de la entradilla del artículo es éste: “No es cierto que los dos bandos de la Guerra Civil contribuyeran por igual a destruir la democracia. No hubo un bando moralmente bueno y otro malo, pero sí hubo uno políticamente bueno, el que defendió la legalidad.” Los artículos de Joaquín Leguina y Almudena Grandes a los que se refiere Javier Cercas en su artículo los puedes leer aquí: Leguina; Grandes. Y aquí una carta de respuesta que publicó Leguina dos semanas después.

Me ha gustado una reseña del libro de Susan George, “Sus crisis, nuestras soluciones”. Esta pensadora sostiene que la humanidad sigue dominada, como en todas las épocas, por una minoría poderosa que maneja todos los hilos en su favor. Esa clase dominante del mundo contemporáneo la llama “la clase de Davos”. Esta es una de las perlas de su libro: “La clase de Davos es siempre sumamente pequeña en comparación con la sociedad, y sus miembros lógicamente tienen dinero, unas veces heredado, otras ganado con su esfuerzo, pero lo más importante es que cuentan con sus propias instituciones sociales -clubes, las mejores escuelas para sus hijos, barrios, consejos de administración, obras benéficas, destinos de vacaciones, organizaciones de admisión reservada, acontecimientos sociales exclusivos y de moda, etcétera-, las cuales ayudan a reforzar la cohesión social y el poder colectivo. Dirigen nuestras principales instituciones, incluidos los medios de comunicación, saben exactamente lo que quieren y están mucho más unidos y mejor organizados que nosotros.” Puedes leer el Capítulo introductorio del libro aquí.

Más cosas interesantes del periódico. El relato del novelista sueco Henning Mankell, de su viaje en la flotilla que intentó romper el bloqueo de Gaza, alguno de cuyos miembros fue muerto a tiros por el ejército israelí; la entrevista con el banquero florentino Braulio Medel.

* DRAE:

luminoso, sa.

(Del lat. luminōsus).

4. adj. Dicho de una idea, una ocurrencia, una explicación, etc.: Brillantes, muy claras, esclarecedoras.

La camarilla del dolor

Este es el título del artículo que publica hoy el profesor de Economía de la Universidad de Princetown y Premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman. Estremece comprobar cómo la humanidad se dirige resuelta hacia la catástrofe económica, regida por una poderosa élite de financieros sin escrúpulos, que cuentan con la inestimable ayuda de quienes gobiernan estados y organizaciones internacionales con una miopía culpable que resultará trágica.

(Los subrayados son míos)

 

PAUL KRUGMAN 

EL PAÍS. SUPLEMENTO NEGOCIOS - 06-06-2010

¿Cuál es la mayor amenaza para nuestra todavía frágil recuperación económica? Los peligros no escasean, desde luego. Pero lo que actualmente encuentro más amenazador es la propagación de una idea destructiva: la opinión de que ahora, cuando hace menos de un año que empezamos a recuperarnos débilmente de la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, es el momento de que los responsables políticos dejen de ayudar a los parados y empiecen a infligir dolor.

Cuando la crisis financiera nos golpeó por primera vez, la mayoría de los responsables políticos del mundo respondieron de manera acertada, recortando los tipos de interés y permitiendo que los déficits aumentasen. Y al hacer lo correcto, al aplicar las lecciones aprendidas de los años treinta, consiguieron limitar el daño: fue terrible, pero no fue una segunda Gran Depresión.

Últimamente, sin embargo, las exigencias de que los Gobiernos dejen de apoyar sus economías y empiecen a castigarlas han estado proliferando en los artículos de opinión, los discursos y los informes de las organizaciones internacionales. De hecho, la idea de que lo que las economías deprimidas realmente necesitan es aún más sufrimiento parece ser ahora la nueva lógica popular, "las ideas que son valoradas en cualquier momento por su aceptabilidad", según la famosa definición de John Kenneth Galbraith.

Hasta qué punto se ha convertido en algo válido el infligir dolor económico me ha quedado claro por el último informe sobre las perspectivas económicas que ha elaborado la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un influyente comité de expertos con sede en París respaldado por los Gobiernos de las economías avanzadas del mundo. La OCDE es una organización profundamente cauta; lo que dice en cualquier momento dado prácticamente representa la creencia generalizada en ese momento. Y lo que la OCDE está diciendo ahora mismo es que los responsables políticos deberían dejar de fomentar la recuperación económica y empezar más bien a subir los tipos de interés y a reducir drásticamente el gasto.

Lo que llama especialmente la atención de esta recomendación es que parece desconectada no solo de las necesidades reales de la economía mundial, sino de las propias previsiones económicas de la organización.

Así, la OCDE afirma que los tipos de interés en Estados Unidos y otros países deberían aumentar drásticamente durante el próximo año y medio para prevenir la inflación. Pero la inflación es baja y se está reduciendo, y los pronósticos de la OCDE no muestran ningún indicio de amenaza inflacionista. Entonces, ¿para qué subir los tipos?

La respuesta, hasta donde yo alcanzo a comprender, es que la organización cree que debemos preocuparnos por la posibilidad de que los mercados empiecen a esperar que haya inflación, aun cuando no deberían y actualmente no lo hagan: debemos protegernos ante "la posibilidad de que las expectativas de inflación a más largo plazo puedan llegar a dispararse en las economías de la OCDE, al contrario de lo que da por sentado la previsión principal".

Se usa un argumento similar para justificar la austeridad fiscal. Tanto la economía teórica como la experiencia nos dicen que reducir drásticamente el gasto cuando todavía estamos padeciendo un paro elevado es muy mala idea; no solo agrava la recesión, sino que sirve de poco para mejorar las perspectivas presupuestarias, porque gran parte de lo que el Gobierno ahorra al reducir el gasto lo pierde, ya que la recaudación fiscal disminuye en una economía más débil. Y la OCDE prevé que el paro seguirá siendo alto durante años. No obstante, la organización exige que los Gobiernos cancelen cualquier futuro plan de estímulo económico y que pongan en marcha la "consolidación fiscal" el año que viene.

¿Para qué hacer esto? Una vez más, la razón es dar a los mercados algo que no deberían querer y que actualmente no quieren. En estos momentos, los inversores no parecen preocuparse lo más mínimo por la solvencia del Gobierno de Estados Unidos; los tipos de interés de los bonos federales se acercan a mínimos históricos. E incluso si los mercados estuviesen preocupados por las perspectivas fiscales de EE UU, recortar el gasto ante una economía deprimida serviría de poco para mejorar esas perspectivas. Pero debemos recortar, dice la OCDE, porque unos esfuerzos de consolidación inadecuados "supondrían un riesgo de reacciones adversas en los mercados financieros".

El mejor resumen de todo esto que he leído lo ha escrito Martin Wolf en el diario The Financial Times, donde afirma que la nueva lógica popular es que "dar a los mercados lo que pensamos que podrían querer en el futuro -aun cuando den pocas muestras de insistir en ello ahora- debería ser la idea central de las políticas".

Expresado de esa forma, parece una locura. Y lo es. Sin embargo, es una opinión que se está extendiendo. Y ya está teniendo consecuencias negativas. La semana pasada, los miembros conservadores de la Cámara, invocando el nuevo miedo al déficit, redujeron el alcance de un proyecto de ley que ampliaba la ayuda a los parados de larga duración, y el Senado se despidió sin siquiera poner en marcha las insuficientes medidas que quedaban. Como consecuencia, muchas familias estadounidenses están a punto de perder la prestación por desempleo, el seguro sanitario o ambos; y a medida que estas familias se vean obligadas a reducir sus gastos, pondrán en peligro los puestos de trabajo de mucha más gente.

Y eso es solo el principio. Cada vez más, la lógica popular dicta que lo responsable es hacer que los parados sufran. Y mientras que los beneficios de infligir dolor son imaginaciones nuestras, el dolor en sí será muy real.

sábado, 5 de junio de 2010

Pirotecnia asesina

El otro día murieron en un pueblo de Sevilla 5 trabajadores de una fábrica de pirotecnia. Ha sido un gravísimo accidente de trabajo, pero nadie parece percibir que se trata de un accidente inevitable, mientras sigan existiendo esa clase de actividades.

Cuando mueren trabajadores en una obra o en un astillero sólo nos preguntamos si en el tajo se cumplían las normas de seguridad y salud laboral, pero no es necesario cuestionarse la actividad. La edificación o la construcción naval son actividades necesarias socialmente y debemos gestionarlas con los menores riesgos posibles.

En cambio, resulta inaudito que, ni ante cinco muertes, nadie se pregunte qué necesidad social hay de mantener un número indeterminado de polvorines repartidos por ahí, con la excusa de fabricar o almacenar toda clase de artefactos explosivos de uso in-civil.

La afición a los petardos y a la pólvora en general es un rasgo más de embrutecimiento social. Sí, y me da igual lo que opinen los valencianos. De modo que debería prohibirse la fabricación y el comercio de esa clase de artefactos. Los familiares de los muertos del otro día lo habrían agradecido.

Lo sentiría por mi amigo Pablo, que lanza cohetes todas las nocheviejas delante de mi casa.

Las televisiones públicas son muy caras

En mi entrada de antesdeayer, “Una década perdida” proponía una serie de medidas de reestructuración del gasto público. Inexplicablemente olvidé mencionar una de las más clamorosas: la venta de las televisiones públicas. El coste de este “servicio” es tan descomunal, que el poder público debe renunciar a él. Si acaso, sólo sería admisible una cadena nacional de información. Las demás deben venderse o liquidarse.

No digo que esto sea fácil, ya que habrá que sortear, al menos, dos importantes problemas. Qué hacer con algunas plantillas si el mercado no es capaz de absorberlas y cómo evitar que los gobiernos de turno les vendan/regalen las cadenas a sus amiguetes.

Como ciudadano, prefiero que desaparezca Canal Sur y todas sus horteradas a que le reduzcan el sueldo a médicos y maestros.

viernes, 4 de junio de 2010

Espejismos dominantes

Este jueves ha publicado Xavier Vidal Folch un interesantísimo artículo en el que desmonta algunos de los tópicos que andan circulando sobre la situación real de la economía española, que tanto nos están perjudicando y que nos tienen sumidos en una depresión como país.

Lo mejor es que lo leas, pero yo te resalto aquí los datos más relevantes.

La deuda-país española está en niveles similares a la del Reino Unido y Holanda. La deuda privada española es similar a la británica y a la holandesa y la deuda pública y la deuda exterior de España son sensiblemente inferiores a las de dichos países.

Parecidas paradojas ofrecen los datos del comercio exterior, en el que España se encuentra generalmente por encima de Francia, Holanda y Reino Unido y sólo detrás de Alemania.

Por otro lado, el artículo termina con una frase de Salvador Alemany, Presidente de Abertis y del Círculo de Economía, que no me resisto a transcribir: "La imposición directa no puede estar tan sesgada en perjuicio de las rentas salariales con relación a otro tipo de rentas, protegidas por la dificultad de su control o el temor a su deslocalización". Porque al cabo, ese sesgo antisalarios "constituye una mayor presión fiscal sobre el tejido productivo".

Dónde hemos podido llegar para que un gran empresario tenga que decir que las injusticias de nuestro sistema fiscal provocan, además, ineficiencia económica.

La izquierda, al menos la española, ni está, ni se le espera. Ya sólo nos queda ver cómo la derecha adecenta la tributación sobre la renta. Al tiempo.

Una década perdida

La crisis económica que asuela las economías de la mayoría de los países del mundo se está cebando con saña con el nuestro. La razón de que España esté siendo castigada con mayor dureza que otros países ha sido explicada mil veces. El hundimiento del mercado inmobiliario ha producido determinados efectos que agravan la situación española, respecto a la de la mayoría de los países de nuestro entorno. Estos efectos han sido el desplome de los ingresos del Estado y, en particular, de aquellos ligados al “ladrillo” y un aumento desorbitado del paro, debido a que la construcción es un sector muy intensivo en la utilización de mano de obra. La disminución de los ingresos y el aumento de los gastos del subsidio de desempleo han producido un consecuente incremento exponencial del déficit público. Directamente relacionado con lo anterior, España padece una cifra aparentemente muy alta de deuda-país. O sea, la suma del endeudamiento de las administraciones, las familias, las empresas y los bancos. En el fondo esto querría decir que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades y ahora deberíamos pagar todos las alegrías y frivolidades del pasado.

He dicho todos, pero el Gobierno ha decidido que sólo sean unos cuantos los paganos de la mala cabeza de todos: fundamentalmente, los funcionarios, los jubilados que no cobren pensiones mínimas o no contributivas y los solicitantes de las prestaciones de la dependencia. Además de quienes ya lo venían pagando: los parados y quienes se han arruinado con la crisis.

Desde mi punto de vista, la historia juzgará el planteamiento del Gobierno de Zapatero para afrontar la fase aguda de la crisis de un modo particularmente severo, ya que las medidas que ha puesto en práctica son injustas, contraproducentes y políticamente suicidas.

Las medidas del Gobierno son injustas porque hacen recaer sus efectos negativos sólo sobre una parte de la población, que no es precisamente la causante más directa de la crisis ni la que posee más recursos. Si estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades, el Gobierno debió explicarlo así a la sociedad y proponer un gran pacto de rentas, donde cada grupo social aportara según sus posibilidades. Los asalariados del sector público y del sector privado verían reducidos sus salarios por igual con criterios de progresividad y las rentas no salariales y los grandes patrimonios harían su aportación por la vía de los impuestos. Si este plan fuera acompañado por una racional reducción del gasto público (después hablaré de ello), el efecto individual y personal de las medidas habría sido insignificante. Si ese planteamiento no hubiese sido aceptado por el Parlamento o por la sociedad, mediante movilizaciones sindicales o de otro tipo, Zapatero hubiese disuelto el Parlamento y nuestro futuro lo dirimirían las urnas. Eso es la democracia.

Este modo que propongo de afrontar este tiempo de tribulación permitiría salir de la crisis con unas cotas más altas de justicia y, por ende, de cohesión social. La opción del Gobierno me temo que agravará aún más la desintegración social, la desafección de los ciudadanos y el descrédito de lo público. El propio Gobierno parece haber situado a lo público en el centro de la diana de los culpables de la crisis.

Estos días alguien ha recordado un viejo proverbio chino que dice que “para salir del agujero, lo primero que hay que hacer es dejar de cavar”. El Gobierno, con sus medidas, no ha hecho otra cosa que ahondar unos metros más el agujero en el que estamos metidos, haciendo más difícil salir de él. Disminuyendo brutalmente la renta de los funcionarios y de los jubilados sólo consigue reducir el gasto público, pero ni siquiera es seguro que reduzca el déficit. Esto es así porque las medidas del Gobierno van a producir una segura reducción del consumo y de la demanda interna y, por tanto, los ingresos del Estado se resentirán aún más. Por eso decía que las medidas son contraproducentes.

En lugar de la tosca agresión a funcionarios y jubilados, el Gobierno podría haber aprovechado para adoptar una serie de medidas de racionalización del sector público, tan necesarias como difíciles de tomar en épocas de bonanza. Me permito sugerir algunas:

- Suprimir las Diputaciones Provinciales. La existencia de las Comunidades Autónomas hace completamente innecesario mantener este nivel de Gobierno. En las Comunidades Autónomas uniprovinciales (Asturias, Cantabria, La Rioja, Madrid y Murcia) no existen las diputaciones (sólo faltaba) y no pasa absolutamente nada. Sus servicios los presta la Comunidad Autónoma, donde se integraron todos sus funcionarios. Las diputaciones son hoy día un lastre, ya que no se responsabilizan de asumir el coste de los impuestos, al no recaudar nada de los ciudadanos y sólo sirven para repartir cargos entre los partidos. Cualquiera que sepa algo acerca de qué es el sector público sabe perfectamente que esto es así.

- Suprimir más de siete mil municipios. En España hay actualmente 8.114 municipios, para una superficie de algo más de 500 mil kilómetros cuadrados y una población de casi 47 millones de habitantes. Es decir, la media sale a 62 kilómetros cuadrados y 5.800 h. por municipio. Y, si hiciéramos la media de población con los de menos de 100.000 h., la cifra de población media por municipio sería ridícula. Por otro lado, el número de municipios tiende a aumentar, merced a una pulsión irracional y cateta que incita a cualquier núcleo de población que se precie a movilizarse para contar con su propio campanario. La racionalidad en la gestión de los servicios impone una profunda reforma que no deje más allá de mil municipios, mediante la agrupación de los más pequeños. Con ello, la media de superficie pasaría a 500 kilómetros cuadrados. Hoy, por ejemplo, Jerez de la Frontera tiene casi 1.200 y Carmona y Hornachuelos más de 900. Y la media de población rondaría los 47.000 h.

- Suprimir la mitad o más de las Universidades. En España, hay más de 70 universidades. Aquí, de nuevo, la misma pulsión cateta ha llevado a que en cada provincia haya una Universidad, con algunas excepciones, siendo la más notable la de Castilla La Mancha, con una única universidad para sus 5 provincias. Esto no quiere decir que no pueda haber centros universitarios diseminados, como los hay en Castilla La Mancha. Pero con un solo rectorado y otros muchos ahorros que cualquiera puede imaginar.

- Suprimir una buena parte de los entes y organismos creados por las Comunidades Autónomas, con el único motivo de aparentar ser un Estado en pequeñito. Es hora de acabar ya con este sarampión y centrar a las Comunidades Autónomas en lo que les debería ser más propio: gestionar los servicios públicos. Aquí no pongo ejemplos, para no ofender a nadie y no crearme más problemas, pero nada cuesta imaginar a qué me estoy refiriendo.

- Suprimir todas las líneas de subvenciones que no hayan demostrado su utilidad social, mediante la evaluación de un plan estratégico que debe aprobarse en el momento de su establecimiento. Esto no es ningún invento arbitrista. No es ni más ni menos que lo que exige la Ley General de Subvenciones, aunque no se cumpla.

- Podar a la Administración General del Estado de todos los servicios y dependencias redundantes con los de las Comunidades Autónomas y transferírselos a éstas, con funcionarios incluidos, por supuesto. Con esto no sólo se racionalizaría y se reduciría el gasto público, sino que mejorarían las relaciones entre el Estado y las Comunidades Autónomas, actualmente enturbiadas con mucha frecuencia por la acción de cuerpos de funcionarios del Estado que han de justificar su propia existencia de algún modo.

- Realizar un análisis externo de las necesidades de personal de todos los servicios públicos, proponiendo las movilidades funcionales y geográficas correspondientes. Esto permitiría congelar las ofertas de empleo público durante varios años.

En fin, podría seguir proponiendo ideas. Las que he enunciado estoy seguro que duplicarían lo que el Gobierno pretende ahorrar con su agresión a jubilados y funcionarios.

Dije también que las medidas de Zapatero son suicidas políticamente para su autor, que ha cavado una profunda fosa donde quedará enterrado su cadáver político. Si hubiera hecho lo debido, éste sólo sería un injusto precio a pagar. Es verdad que los pueblos suelen ser así de desagradecidos con los líderes que les ayudan a pasar momentos difíciles. Una vez pasado lo peor de la tormenta, los tiran por la borda. Winston Churchill, Mijail Gorbachov, Adolfo Suárez fueron grandes líderes que hicieron lo que había que hacer, siendo amortizados poco después por sus contemporáneos. Pero los tres tendrán un lugar preeminente en la historia, para siempre.

Zapatero ha preferido transitar por un camino que le asegura, simultáneamente, el rechazo de sus contemporáneos y el olvido de las generaciones futuras. La historia sólo dirá de él que desaprovechó una oportunidad inigualable para mejorar la justicia y la cohesión social en España y para modernizar la estructura de un Estado que arrastra todos los vicios y la caspa de los siglos XIX y XX.

Lamentablemente, nos dirigimos hacia una década perdida… o más.