viernes, 30 de enero de 2009

Sueños en el aire

Inclinado sobre la ventanilla disfruto contemplando los perfiles de las islas. Desde la distancia, las olas que rompen en la línea rocosa de la costa parecen un anillo blanco que bordeara el litoral. La vista que contemplo me sugiere el espectáculo de un atlas vivo del archipiélago, de tamaño natural.
Vuelvo a recostarme en el asiento dejando vagar la mente, acunada en los vapores de los dos whiskies que me acabo de tomar, que me envuelven en una placentera atmósfera ingrávida.
Nada me importuna, todo a mi alrededor transmite una extraña sensación de bienestar. El asiento es amplio y me permite estirar las piernas, no me duele la espalda y contemplo hacia adelante una estancia de dos días que presiento placentera, despreocupada y calma.
Reanudo la lectura del libro que me acompaña, cuya acción transcurre en los ambientes bohemios de la “Rive Gauche” a finales de los sesenta, un período y un contexto que me resultan seductores.
Pero no puedo concentrarme. Mi mente juguetea en busca de una fina lluvia que me empape de gratas sensaciones vividas o por descubrir.
En su maniobra de descenso, el aparato hace un extraño y brusco movimiento que me sobresalta. Antes de recobrar la tranquilidad, cuando el avión reanuda su ruta con normalidad, siento intensamente que aquí podría acabar todo. Y no me importa, porque el goce es efímero y la felicidad es inalcanzable…

domingo, 25 de enero de 2009

Fray José Antonio Gómez Uría, O.P. In memóriam

Acabo de recibir la noticia de la muerte de mi tío Pepe. Murió anoche en San Salvador, capital de la república centroamericana de El Salvador. Justamente ayer, haciendo limpieza, tiré el crisma que me envió la última Navidad. Rebusco en la papelera y logro encontrar las piezas que recompongo con papel celo. He colocado anverso y reverso más abajo, en esta entrada.
La última vez que lo vi fue en el mes de septiembre de 2003, su penúltima visita a España. Aquella vez, aunque ya se quejaba de sus achaques, pudimos disfrutar de su presencia entre nosotros en una comida en la que nos reunimos en torno a él y a mi madre todos mis hermanos.
La última vez que vino a España se me escapó prácticamente de entre los dedos: llegaba yo a Oviedo justo el día siguiente al que él volaba de regreso a "su tierra", después de recuperarse de un premonitorio desvanecimiento que sufrió en plena calle.
Estas palabras con las que torpemente intento honrar su recuerdo son bien poca cosa comparadas con los inmensos méritos que contrajo este gran hombre a lo largo de su vida.
Con poco más de 30 años decidió unir su suerte a la de los más desfavorecidos de la tierra. Vivió más de 20 años en zonas rurales y semiselváticas de Guatemala. En una época en la que los grupos paramilitares asolaban las aldeas campesinas, asesinando a sus pobladores y apoderándose de sus tierras, Fray Pepe (así firmaba él) tuvo claro de parte de quien debía estar. En aquellos años recuerdo que nos decía que sólo dos personas (él y otro compañero) atendían, con una motocicleta, un territorio de 70 Km. de diámetro, sin apenas caminos ni carreteras. No sólo pasó calamidades y privaciones, sino que puso su vida en peligro con su actividad en defensa de los campesinos guatemaltecos. No en vano, su compañero de misión fue asesinado, presumiblemente por fuerzas paramilitares de extrema derecha.
La vida y los afanes de los misioneros españoles que entregan su vida en Centroamérica y otros lugares del mundo son poco conocidas. El objetivo de su trabajo excede con mucho de la labor evangélica, convirtiéndose en una tarea total de ayuda a todas las necesidades de las poblaciones a las que se dedican. Promueven la creación de escuelas, ellos mismos realizan actividades docentes, impulsan proyectos de mejora de la salubridad de los núcleos de población, enseñan técnicas agrícolas a los campesinos... Recuerdo que, hace varios años, en una de sus espaciadas y cortas vacaciones, adelantó su partida de España hacia Guatemala porque tenía que gestionar en Holanda una ayuda de una institución holandesa para instalar una planta potabilizadora de agua en la zona en la que él trabajaba.
Siempre fue una persona dinámica y valiente. Hace ya varios años (andaría cerca de los 70 años) que se comunicaba con nosotros frecuentemente por correo electrónico. Incluso en los últimos años nos llamaba por teléfono a través del Skipe. Y qué poco le he correspondido.
Hasta nosotros han llegado numerosos testimonios de condolencia que se han cruzado sus compañeros de fatigas, al conocer la noticia de su muerte. Me permito transcribir uno de los correos electrónicos que firma uno de sus compañeros, Fray Bernardino:
“Fray Alexis y hermanos de San Salvador: Me uno a vuestro dolor por la partida de José Antonio Gómez Uría. Compañero durante cuatro años en Salamá me dio ejemplo de su entrega total a la evangelización de los campesinos e indígenas de esa entonces inmensa Parroquia, que abarcaba los tres municipios de San Jerónimo, San Miguel Chicaj y Salamá. Era pura actividad y dinamismo; parecía que nunca se cansaba. Él estuvo más de veinte años en la Baja Verapaz, entre Salamá y Rabinal. Recuerdo con qué entusiasmo logró conseguir varios terrenos, para el asentamiento digno de muchas familias indígenas. No cabe duda que los pobres y, de modo especial, las víctimas de la guerra, fueron su opción preferencial. Los pobres fueron también su trabajo especial, al dirigir las Obras de San Martín de Porres, en San Salvador donde Dios premió su corazón generoso dándole la vida plena de amor en su Reino. Fue un hombre de Dios, porque vivió intensamente el amor a los más sufrientes y necesitados. Gracias Antonio. Te recordaremos siempre, Fray Bernardino.”
Desde la comodidad y la seguridad que disfrutamos en esta zona del mundo, la vida de personas como mi Tío Pepe se nos puede antojar como algo extremo e incluso incomprensible. Cuando conocemos sus dificultades y la dureza de las condiciones en las que desempeñan su labor nuestro sentimiento suele ser de admiración, pero una admiración distante. Porque no somos capaces de aprehender la verdadera naturaleza de su opción vital. Su entrega, su implicación en la causa por la que viven es tal, que la convierten en algo propio. De este modo, su vida anterior pasa a ser, en alguna medida, algo ajeno, pues se han unido a otra comunidad, a otros valores, que hacen suyos para siempre.
Mi Tío Pepe sabía hace algún tiempo que las enfermedades que padecía podían poner fin a su vida en cualquier momento. Digamos que debía tener conciencia de encontrarse en el ocaso, un ocaso que él y los que le queríamos hubiéramos deseado mucho más largo. Nosotros, desde este lado del mundo, nos preguntábamos si no creería llegado el momento de volver a España, al lugar que creíamos su casa. Porque nos cuesta comprender que, hace ya muchos años, su casa era otra. Su casa estaba allí, donde le necesitaban, donde tanto bien ha hecho.
Descansa en paz eternamente, Fray Pepe, en el lugar que elegiste y que te acogió para siempre.