miércoles, 16 de noviembre de 2005

Terrorismo hidrológico

Cada vez que hay sequía nos asustan inútilmente las autoridades hidráulicas. Habría que acabar con esto. Cuando en este secarral que es gran parte de España lleva sin llover un cierto número de meses comienza el terrorismo hidrológico de las autoridades. Le llamo terrorismo porque, oyendo las proclamas de los (i)responsables de la política hidráulica, ciertamente, llego a sentir miedo de que llegue un día en que no habrá agua para beber.
Beber, beber agua. Qué significa para el hombre la posibilidad de tener agua para beber. El derecho a la vida es el derecho fundamental por excelencia y su propia existencia es inconcebible sin agua para beber. La Constitución considera el agua como un bien de dominio público; es decir, no susceptible de apropiación por particulares. Esta concepción del agua como bien de dominio público viene a sacralizar constitucionalmente la idea que expresé antes: el agua es de todos porque es un bien esencial para la vida humana. Esta declaración básica está acompañada en España (y en casi todos los paises, supongo) de una organización de la gestión del agua que pone en manos de los poderes públicos los instrumentos que tienden a garantizar el abastecimiento de agua a toda la población. Son las administraciones las que construyen y gestionan los embalses, las redes de abastecimiento y los sistemas de depuración.
Pero, el agua no es sólo para beber. Tiene otros usos. Se utiliza para regar los cultivos agrícolas, para hacer funcionar la industria y los servicios, etc. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), referidos al año 2001 (últimos publicados), el consumo del agua por sectores tiene en España la siguiente composición porcentual:
- Agricultura 83,74%.
- Resto de sectores (industria, servicios, etc.) 13,39%.
- Hogares 2,86%.
¿Merecen todos los usos del agua la misma consideración? Está claro que no. No es lo mismo que falte agua para beber que para regar. No creo que nadie discuta esto. Y bien, ¿qué nos encontramos? Que cuando no llueve lo suficiente durante un cierto tiempo, la escasez de agua llega a poner en riesgo el propio consumo doméstico, el agua para beber. ¿Cómo es posible que ocurra esto? ¿Por qué las autoridades hidráulicas no toman las medidas necesarias para que siempre esté garantizado el depósito de una cantidad de agua suficiente para asegurar el consumo humano por un período, digamos que de 10 años? No, en su lugar, las autoridades hidráulicas nos aterrorizan advirtiéndonos que, si no ahorramos agua, nos quedaremos sin ella. Y así, nos dicen que metamos botellas en las cisternas, que no mantengamos el grifo abierto mientras nos afeitamos y otra sarta de usos cuya utilidad para el ahorro es prácticamente nula. Porque, imaginemos que con todas esas prácticas conseguimos ahorrar un 25%, que ya es ahorrar. ¿Qué habremos ahorrado los hogares del total del agua consumida en España en un año? No llega al 1%, pero eso sí, el país entero estará aterrorizado. ¿Qué pasaría si la agricultura ahorrara un 25% de lo que consume? Pues que con el ahorro de un año habría agua para el consumo doméstico para más de 7 años.
Este privilegio o ventaja de la que disfrutan los usos agrarios del agua tiene raices puramente irracionales y, además de ser incompatible con valores humanos superiores, como ya hemos razonado, no tiene justificación alguna desde una perspectiva socio-económica. Según datos del INE, la agricultura, ganadería y pesca supusieron el 3,1% del Producto Interior Bruto de España en el año 2004. También según datos del INE, referidos al tercer trimestre de 2005, la población ocupada en este sector de la economía supone el 5,17% del total. ¿Cuáles son entonces los motivos por los que se mantiene a estas alturas esta sacralización de los usos agrarios del agua? Como digo, puramente irracionales. En primer lugar debe ser un vestigio de la arcaica sociedad agraria, de un mundo en el que la tierra y sus frutos eran el centro del mundo y del desarrollo humanos. Debe influir también el temor a las reacciones de los agricultores, con frecuencia violentas y de gran repercusión en los medios de comunicación.
Si se aplicara algo de racionalidad a esta cuestión no harían falta ni Plan Hidrológico, ni trasvases, ni desaladoras. Un poco de sensatez sería suficiente.

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