martes, 4 de noviembre de 2008

Apendicitis

Anoche operaron a Carlos de apendicitis. Todo salió bien, pasó la noche tranquilo y despertó ansioso por abandonar la cama. Por suerte le autorizan y comienza sus paseos por la habitación, uncido al poste del que cuelgan los remedios cuyas lágrimas se deslizan lentamente hacia el brazo punzado. Así comienzo el día, con la sensación de que el destino ha sido benévolo. La realidad acompaña a una brillante y luminosa mañana, ayudando a conjurar la incertidumbre y la inquietud que siempre embargan el ánimo ante la enfermedad. Este aliento optimista es como una pantalla de cristal translúcido, que no deja ver con claridad que, al otro lado del cristal, hay todo un dispositivo de protección social ante la adversidad, cuya mera existencia es una inmensa suerte; no lo es menos que, además, funcione.

Decido tomarme la mañana libre, sintiéndome, claro, un poco extraño. Acompaño al colegio a Elena, que quiere perderse la primera clase para ver a su hermano. Paro en la gasolinera a comprar el periódico antes de ir al hospital e imagino, con algo de antojo, que ésta bien puede ser la aventura diaria de un jubilado: levantarse a una hora no intempestiva, disfrutar del frescor de una mañana de otoño, desayunar, leer el periódico..., eventualmente, visitar a un enfermo.

Llamo a la oficina para advertir de mi ausencia y sus motivos y, lo que parece un inopinado mecanismo de la conciencia, me hace decir vegetaciones, donde debí decir apendicitis. Supongo que ambas ideas deben encontrarse próximas en la memoria, en aquella parte que retiene las representaciones o los conceptos de los tratamientos quirúrgicos menos graves o sin riesgos vitales. No quiero pensar lo que diría algún psicoanalista algo insidioso acerca del lapsus y la dificultad de los padres para admitir o, al menos, percibir que los hijos, como nosotros, como todos los seres, van dejando atrás etapas en su desarrollo y alcanzando otras tan próximas, ¡ay!, a la edad adulta.

Pienso en el tiempo inaprensible, que deja anhelar, como con prisas, etapas de la vida que aun no han llegado y no permite aceptar del todo que otras ya no volverán.

Estas cavilaciones me distraen en esta hora en la que la vida parece volver a su rutina. Carlos ya ha comido en casa, se encuentra bien (creo que demasiado bien, él sabe porqué) y yo decido dar una vuelta por la oficina para aligerar los quehaceres de mañana.

3 comentarios:

  1. Me alegro que haya salido bien la operación. El día de su santo, al menos, lo pasa en casa. Como diría Amparo: ¡ea, ea! ¡Eso no es ná!

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  2. Como siempre, no nos enteramos de nada. Nos alegramos mucho de que todo haya estado bajo control y haya sido más o menos leve. Supongo que habrá sufrido mucho por faltar unos días a clase.

    Hablando de otra cosa, ¿los jubilados trabajan por la tarde? (ja,ja)

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