jueves, 12 de febrero de 2009

Veinticinco años sin Julio

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Juan Cruz recuerda hoy, en la Cuarta Página de El País, a Julio Cortázar, con motivo del vigésimoquinto aniversario de su muerte. Y narra una anécdota que contó el escritor en una de sus últimas entrevistas.

Contaba en esa entrevista Cortázar que en el barrio gótico de la Ciudad Condal se había detenido a escuchar un concierto de una joven que cantaba como Joan Baez. Escondido en la oscuridad de la calle, harto de que le abordaran para tener su autógrafo, este hombre de casi dos metros se vio asaltado por un joven que le ofreció una torta.
-Julio, toma un pedazo, le dijo el chico.
Cortázar se hizo a un lado; era, desde que fue un chiquillo, un hombre tímido; no le gustaban las fiestas ni los saraos literarios; por no estar en ningún sitio fijo fue capaz (con Aurora Bernárdez, su primera mujer, su viuda) de renunciar incluso a los empleos fijos. Así que allí estaba, en Barcelona, tímido siempre, y enfermo, escuchando a una chica que cantaba como Joan Baez, y deseando desaparecer del camino del joven que le ofrecía el pastel. Hasta que se convenció de que debía tomarlo. Y le dijo al chico:
-Muchas gracias por acercarte y convidarme.
Fue entonces cuando el joven le dijo a Julio Cortázar lo que muchos de los que leímos Rayuela (y los cuentos, y los cronopios, y Los premios, y 62 Modelo para armar) le hubiéramos dicho en ese sitio o en el limbo si existiera y fuera el sitio donde ahora estuviera mirando:
-Pero, escucha, te di muy poco comparado con lo que tú me diste a mí.
Julio le dijo: "No digas eso, no digas eso", y le comentó después a quien le hizo esta entrevista (Jason Weis), quizá la penúltima: "Y nos abrazamos y él se alejó. Bien, cosas como éstas son las mejores recompensas de mi trabajo como escritor. Que un muchacho o una chica se acerquen a hablarme y a ofrecerme un pedazo de torta, es maravilloso. Así vale la pena el trabajo de escribir".

Quienes le recordamos vivo aún pensamos que cualquier día le veremos aparecer en un periódico o en una entrevista en televisión, con esa voz suya grave y cadenciosa, con esas erres arrastradas, huella improbable de su nacimiento en Bélgica. Por suerte nos queda para siempre su obra, sus relatos, sus novelas y otras creaciones sui géneris. Suelo releer de vez en cuando alguno de sus cuentos, no sé porqué, me rejuvenece. Bueno, sí sé porqué. Acabo de abrir uno de los volúmenes de sus relatos que publicó Alianza Editorial y consta que lo compré el 29 de diciembre de 1976. Mira que nos cambia la vida, pero hay cosas que permanecen con nosotros para siempre.

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