viernes, 12 de marzo de 2010

En la muerte de Miguel Delibes

Pocos escritores me han acompañado en mi vida durante un período tan dilatado como Miguel Delibes. Casi puedo decir que con él nací a la literatura, como lector. Seguramente, la primera literatura “seria” que mi madre me confió fue de Miguel Delibes: El camino, Las ratas, Diario de un cazador, Diario de un emigrante; las leí cuando apenas era un proyecto de adolescente. También fue un autor muy apropiado para las lecturas obligatorias del colegio, pero eso no logró que perdiera el gusto por su obra.
Luego vinieron lecturas más “adultas”: Cinco horas con Mario. Recuerdo la adaptación al teatro que interpretó Lola Herrera, era 1979. Me imagino el Gran Teatro de Córdoba, en aquellos años; apenas dos filas del patio de butacas ocupadas por un reducido grupo de incondicionales.
Repaso mi biblioteca y ahí están sus obras más importantes desde que salí de casa: 377A madera de héroe y El hereje, entre otros. También está Los santos inocentes, por supuesto y otros de su primera época, como El camino, La hoja roja, Viejas historias de Castilla la Vieja y Cinco Horas con Mario. Con todos, sin excepción, he disfrutado de agradables momentos de lectura. Pero quiero resaltar dos de ellos, cuya huella recuerdo con especial agrado. Por un lado, Señora de rojo sobre fondo gris. Esta novela, de fuerte contenido autobiográfico, es un delicado recuerdo a la temprana muerte de su esposa. Miguel Delibes escritor y ser humano compone una historia emocionante de amor y tristeza realmente conmovedora. El otro libro, Un mundo que agoniza, es una deliciosa obrita inclasificable, en la que el autor plasma su ideario naturalista o ecologista, aunque no sé si a él le gustarían ninguno de estos dos apelativos.
Hoy escuché en la radio una anécdota que me apetece compartir contigo.
El director de cine Mario Camus, autor de la película que adaptó la novela de Delibes, Los santos inocentes, estaba un día comiendo en un restaurante en París. En una mesa próxima estaba con otras personas el actor inglés Dirk Bogarde. Camus había presentado su película en la sección oficial del Festival de Cine de Cannes. Dirk Bogarde presidía el jurado y, aunque Los santos inocentes no ganó la Palma de Oro, Mario Camus supo, por infidencias de algún miembro del jurado, que su Presidente apostó fuerte, aunque sin éxito, por su película. No obstante, Paco Rabal y Alfredo Landa ganaron, ex aequo, el premio a la mejor interpretación masculina.
A través del camarero, Mario Camus le hizo llegar a Bogarde una nota en la que se presentaba y le agradecía su aprecio por la película. Con un gesto muy británico, Dirk Bogarde se giró en su silla, saludando con una sonrisa a Mario Camus.
Después de que el inglés hubo abandonado el restaurante, el camarero le entregó a Mario Camus una nota, en la que aquel había escrito: “milana, bonita”.
Miguel Delibes, en mi casa, era un personaje muy familiar. En los anaqueles estaba casi toda su obra, eran objeto de atención especial sus entrevistas en televisión, sus artículos en la prensa y las noticias que lo tenían de protagonista. Andando el tiempo he tenido ocasión de comentar algunos aspectos de la personalidad y la obra de Delibes con mi amiga y compañera Isabel Mateos, esposa de su hijo Miguel. Esta cercanía al personaje ha enriquecido un poco más mi aprecio por él. Todas estas circunstancias y el rastro que la lectura de sus libros ha dejado en mi vida han hecho que sienta su muerte como la de alguien cercano.
Por suerte, Miguel Delibes, como todos los grandes hombres, nunca morirá del todo. Su obra y su recuerdo estarán siempre entre nosotros.

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