miércoles, 1 de diciembre de 2010

La prisión española del euro

Paul Krugman se refiere a la situación de la economía española en su última columna en The New York Times. Y lo hace en unos términos pesimistas, aunque muy claros.  Probablemente éste será el texto que se publique en las páginas salmón de El País del próximo domingo, así que, si quieres leer una traducción profesional, espera al domingo. Yo me he entretenido traduciendo el artículo y te lo transcribo a continuación. Es una distracción amateur, por cuyos errores te pido disculpas.
El prisionero español
Por Paul Krugman
Publicado: 28 de noviembre 2010
Lo mejor que puede decirse de la situación irlandesa ahora es que el tamaño de Irlanda es pequeño. Por sí misma, Irlanda no puede hacer mucho daño a las perspectivas de Europa. Lo mismo puede decirse de Grecia y de Portugal, que es ampliamente considerada, en potencia, como la próxima ficha de dominó.
Pero luego está España. Los otros son las tapas, España es el plato principal.
Lo sorprendente de España, desde una perspectiva estadounidense, es cómo su historia económica se parece a la nuestra. Como Estados Unidos, España experimentó una gran burbuja inmobiliaria, acompañada de un enorme aumento de la deuda del sector privado. Como Estados Unidos, España cayó en recesión cuando la explosión de la burbuja y ha experimentado un aumento del desempleo. Y como Estados Unidos, España ha visto crecer rápidamente su déficit presupuestario, gracias al hundimiento de los ingresos y a los gastos relacionados con la recesión.
Pero a diferencia de Norteamérica, España está al borde de una crisis de la deuda. El gobierno de EE.UU. no está teniendo problemas para financiar su déficit, con tasas de interés sobre la deuda federal a largo plazo de menos del 3 por ciento. España, por el contrario, ha visto cómo se dispara el coste de sus préstamos en las últimas semanas, debido a los crecientes temores de un incumplimiento futuro.
¿Por qué la situación de España es tan apurada? En una palabra, la razón es el euro.
España fue uno de los países más entusiastas de la introducción del euro en 1999. Y durante un tiempo las cosas parecían ir viento en popa: los fondos europeos se vertieron generosamente en España, potenciando el gasto del sector privado y la economía española experimentó un rápido crecimiento.
Durante los años prósperos, por cierto, el gobierno español pareció ser un modelo de responsabilidad fiscal y financiera. A diferencia de Grecia, España consiguió excedentes presupuestarios, y a diferencia de Irlanda, se esforzó (aunque sólo obtuvo un éxito parcial) en regular sus bancos . A finales de 2007 la deuda pública de España, en porcentaje del PIB, era sólo la mitad de la de Alemania, e incluso ahora la situación de sus bancos no es, ni de lejos, tan mala como la de los irlandeses.
Pero los problemas se estaban desarrollando bajo la superficie. Durante el boom, los precios y los salarios crecieron más rápidamente en España que en el resto de Europa, ayudando a alimentar un gran déficit comercial. Y cuando estalló la burbuja, la industria española mantuvo unos costes que le hicieron perder competitividad respecto a la de otros países.
¿Y ahora qué? Si España todavía tuviera su propia moneda, como los Estados Unidos - o como Gran Bretaña, que comparte algunas de las mismas características - podría haber dejado caer la moneda y su industria habría ganado competitividad de nuevo. Pero con España en el euro, esa opción no está disponible. En su lugar, España debe lograr una "devaluación interna": tiene que recortar los salarios y los precios hasta que sus costes vuelvan a estar en línea con los de sus vecinos.
Y la “devaluación interna” es un asunto feo. Por un lado, es lento: normalmente se tardan años de alto desempleo para conseguir que los salarios bajen. Más allá de eso, una caída de los salarios significa una caída de los ingresos, mientras que la deuda sigue siendo la misma. Además, la “devaluación interna” empeora los problemas de la deuda del sector privado.
Todo esto quiere decir que las perspectivas económicas para España para los próximos años son muy pobres. La recuperación de Estados Unidos ha sido decepcionante, especialmente en términos de puestos de trabajo, pero al menos hemos visto un cierto crecimiento, con un PIB real más o menos de vuelta a su punto más alto anterior a la crisis, y podemos esperar razonablemente que el crecimiento futuro ayude a mantener nuestro déficit bajo control. España, por el contrario, no se ha recuperado del todo. Y la falta de recuperación se traduce en temores sobre su futuro fiscal.
¿Debería España tratar de salir de esta trampa abandonando el euro y restableciendo su propia moneda? ¿Lo hará? La respuesta a ambas preguntas es, probablemente no. España estaría mejor ahora si nunca hubiera adoptado el euro, pero si lo intentase abandonar crearía una enorme crisis bancaria, ya que los depositantes se apresurarían a trasladar su dinero a otra parte. A menos que haya una crisis bancaria catastrófica de todos modos, lo cual parece verosímil para Grecia y cada vez más posible en el caso de Irlanda, pero poco probable aunque no imposible para España. En definitiva, será duro de ver a un gobierno español asumiendo el riesgo de "des-euroizing".
Así que España es en realidad un preso del euro, que la ha dejado sin ninguna opción buena.
La buena noticia sobre Estados Unidos es que no estamos en esa especie de trampa: todavía tenemos nuestra propia moneda, con toda la flexibilidad que ello implica. Por cierto, lo mismo que Gran Bretaña, cuyos déficit y deuda son comparables a los de España, sin que los inversores perciban un riesgo de impago.
La mala noticia sobre Estados Unidos es que una poderosa facción política está tratando de poner grilletes a la Reserva Federal, con la consecuencia de que quedaría eliminada la gran ventaja que tenemos sobre los sufrientes españoles. Los ataques republicanos sobre la Reserva Federal exigen que deje de tratar de promover la recuperación económica y se centre en mantener la fortaleza del dólar y en luchar contra unos imaginarios riesgos de inflación. Con ello conseguiremos recluirnos voluntariamente en la prisión española.
Esperemos que la Reserva Federal no escuche. Las cosas en Estados Unidos están mal, pero podrían estar mucho peor. Y eso ocurrirá si la facción del “hard money” se sale con la suya.

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