domingo, 28 de octubre de 2007

Los costes de la escisión

En la entrada de este blog del pasado día 29 de septiembre me referí, entre otras cosas, a los costes de la escisión que promueve Ibarretxe. Y cuando digo costes no me refiero sólo a los económicos, lógicamente. Que nunca se hable de ello, sino de un modo vago e imaginario, permite a los secesionistas seguir con su "raca-raca", como si fuera un mero juego de salón, como jugar a las casitas, decía yo el otro día. Por eso me ha confortado leer el artículo que Félix de Azúa publicó en El Periódico de Cataluña del 21 de octubre, en el que se expresa en parecidos términos a como yo lo hice sobre esta cuestión, evidentemente, con menor elocuencia, a qué decirlo. Ya es suficiente el orgullo de coincidir con briznas de su pensamiento. Puedes leer aquí el artículo completo. Transcribo a continuación los pasajes más significativos.

"Su deseo de una escisión blanca, como la de Chequia y Eslovaquia, oculta la peculiaridad de cada caso y evita nombrar a Serbia y Croacia, para cuya escisión fue necesaria un matanza. Ahora tienen puestos los ojos en Bélgica, por si hay un milagro. Una fe típicamente hispánica en la explosiva felicidad que invadirá a la población escindida permite escamotear las dudas sobre el día siguiente. Nadie sabe cuál será la suerte de la mitad de los vascos y los dos tercios de catalanes que se sienten "igualmente españoles". Ni si las nuevas fronteras exigirán pasaportes y acuñación de sellos. O qué pasará con las relaciones de los nuevos nacionales en el resto de España y viceversa. La respuesta es: ya se verá.
¿Tan pacífico imaginan el proceso? ¿Tan súbita la admisión en la UE? ¿Cruzar el Ebro será como pasar de Alemania a Austria? No creo que estas preguntas tengan respuesta. Aun estando persuadido de que hay militantes redactando informes optimistas sobre tales asuntos, todo es humo. Lo que suceda en un proceso semejante (la escisión de dos poblaciones unidas desde hace cuatro siglos) es imprevisible. Los buenos propósitos son arrasados por la energía de la escisión, por su fuerza caótica. Nadie sabe si nos encontraremos en Eslovaquia o en Chechenia, ni puede saberlo. Tengo la seguridad de que por lo menos una de las partes, la que llaman España, no iba a facilitar las cosas, entre otros motivos porque la mitad de la población vasca y dos tercios de la catalana no quieren dejar de ser españolas. Ni a tiros, según se ha comprobado.
(...)
El cálculo de víctimas, sufrimientos, destrozos irreparables, ruina probable o dolor inútil queda para los tibios, los que "tienen michelines", como dijo con colosal zafiedad un caudillo vasco. Primero, la revolución; luego ya veremos."

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