sábado, 7 de febrero de 2009

AGUA CORRIENDO

Mi despacho tiene un aseo anejo. Apenas lo uso, a pesar de las horas que paso allí. Es una estancia impersonal, con un lavabo encastrado en una encimera de piedra artificial bajo un enorme espejo y, en la pared de enfrente, un solitario inodoro coronado por una cisterna con dos pulsadores para elegir el caudal de la descarga.
Aquella mañana transcurría como todas. Documentos para firmar, llamadas de teléfono, despacho con mis colaboradores… Nada hacía presagiar que algo extraño iba a suceder. Decido realizar una de mis desusadas visitas al aseo. Abro la puerta, la luz se enciende merced al sensor volumétrico, me aproximo al inodoro, abro la tapa y el ruido del agua que alimenta la cisterna me transmite el pálpito de que alguien la acaba de usar. Es imposible, pienso. No hay otro modo de acceder a la estancia que desde mi despacho y desde otra puerta que está permanentemente cerrada con llave. Y además, aunque estuviera abierta, yo habría visto y oído al intruso. Me quedo pensativo de pie junto al inodoro, mientras el rumor del agua se reduce paulatinamente hasta que se extingue con un leve estertor del mecanismo de cierre de la cisterna.



Perplejo, cierro la tapa del inodoro, vuelvo sobre mis pasos, me siento de nuevo en mi mesa y continúo pensativo. De pronto, caigo en la cuenta de que no he orinado y de que tengo la bragueta del pantalón abierta. Algo confuso, me subo la cremallera y miro distraídamente a la calle. La oscuridad de la mañana permite que se refleje en el cristal de la ventana la puerta del aseo que ha quedado abierta.
Cuando recuerdo este episodio que ocurrió hace varios meses, no estoy seguro de que esa figura con una mueca sarcástica bajo el dintel de la puerta del aseo que acude a mi mente sea el reflejo que vi aquel día en el cristal de la ventana. Sí recuerdo que entonces empezó a llover como no lo hacía desde mucho tiempo atrás. El placer de oír, ver y oler el agua de lluvia mojando la calle me impulsó hacia la ventana y, al abrirla, quedó disuelta para siempre la imagen que reflejaba.

1 comentario:

  1. No se, no se, a mi me cuesta creer en lo esotérico. Un lapsus mental lo tiene cualquiera.
    Salud y suerte.

    ResponderEliminar