martes, 8 de diciembre de 2009

Aminetu Haidar

Una vez más y van ¿cuántas?, nuestro vecino del sur ha decidido enturbiar el precario equilibrio que preside nuestras inevitables relaciones recíprocas. Esta vez, jugando con la libertad y la vida de una líder saharaui y aprovechándose de nuestros temores y nuestra mala conciencia.
Me explicaré, porque el asunto es enrevesado donde los haya.
La ciudadana marroquí (aunque sería mejor decir súbdita, porque en Marruecos no hay ciudadanos, sino súbditos) Aminetu Haidar, es despojada de su pasaporte marroquí y expulsada de territorio marroquí, después de hacer constar "Sáhara Occidental" en la casilla correspondiente a la nacionalidad, en el impreso de inmigración que debía cumplimentar a su llegada a El Aaiún procedente de Las Palmas. Retirada de pasaporte y expulsión del país sin motivo y sin intervención judicial son dos actuaciones ilegales, prohibidas por las convenciones y los usos internacionales. Expulsada de Marruecos, España autoriza la entrada en nuestro territorio de la expatriada, probablemente por error, llegando en avión a Lanzarote. A quienes tanto critican la postura de las autoridades españolas en este asunto cabe preguntarles qué habría ocurrido si España no hubiera autorizado la entrada en su espacio aéreo o en su territorio de la saharaui. El avión habría sobrevolado ambos hemisferios en busca de un lugar que le autorizara a depositar la patata caliente. Me parece particularmente injusto que Haidar acuse al Gobierno español de ser cómplice de su secuestro marroquí.
Una vez en España, el Gobierno realiza intensas gestiones con Marruecos para que acepten a su "súbdita", le ofrece a ésta el estatuto de refugiada y hasta la nacionalidad española, gestiones todas éstas infructuosas. La respuesta de la saharaui ha sido una huelga de hambre indefinida que ha ido deteriorando su salud hasta poner en peligro su vida.
Mientras, medios oficiales de Marruecos amenazan a España, si ésta les sigue presionando, con intensificar el tráfico ilegal de personas y de drogas y con la comisión de actos terroristas. Con otras palabras, claro, pero suficientemente comprensibles por la atemorizada opinión pública española. A su vez, en nuestro país, el sector de la opinión pública que habitualmente sostiene la penitencia por nuestra vergonzosa entrega al sátrapa marroquí del Sáhara Occidental en 1975, inicia una campaña de apoyo público a la líder saharaui, criticando también al Gobierno español. Como guinda, el juez (¡qué hartazgo de esta justicia permanentemente ciega!) dice que no puede autorizar la alimentación forzosa de la huelguista de hambre.
El Gobierno se encuentra en una encrucijada de la que no sabe o no puede salir. El tirano marroquí riéndose en sus narices una vez más y sometido al chantaje de la saharaui, que no ha dudado en poner en juego su propia vida.
Yo no sé cuál es la solución de este asunto, si es que la tiene. Pero sí tengo algunas ideas claras, aunque me temo que no coinciden, ni con las del Gobierno, ni quizá con las tuyas. Son éstas:
- El Gobierno debería explicar claramente a los ciudadanos cuáles son las ventajas de esta política de constante apaciguamiento con el tirano del sur, al que se le toleran toda clase de actos hostiles sin respuesta adecuada.
- Yo no estoy dispuesto a sentirme culpable por la vergonzosa decisión tomada por el régimen franquista, en sus estertores, de entregarle el Sáhara Occidental a Marruecos. Una cosa es que seamos humanitarios con los refugiados saharauis y otra es que nuestra política exterior esté orientada por una especie de mala conciencia relacionada con aquel episodio producido por una dictadura de políticos y militares cobardes y sin honor.
- En el tema de la alimentación forzosa de Aminetu Haidar en su huelga de hambre entran en conflicto diversos valores. Simplificadamente, de un lado está el respeto a su derecho a disponer de su propia vida y, de otro, el mantenimiento de una vida humana y la seguridad y el prestigio de España. Si alguien duda qué debe prevalecer en este caso es que no sabe dónde está el norte ni lo que es la civilización frente a la barbarie. Aunque lleve una toga.

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