viernes, 19 de marzo de 2010

Respuesta a Fernando sobre la interrupción voluntaria del embarazo

Fernando Díaz ha cobijado en una entrada de su blog una polémica sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Lo que inserto más abajo es una respuesta mía a su último comentario, del 16 de marzo, que no he podido publicar en su blog, por razones de espacio. Si quieres ver la polémica completa visita la entrada del blog de Fernando.

 

Lo mejor de todo es tu tono para hablar del aborto. No es frecuente entre quienes piensan como tú respecto de la interrupción voluntaria del embarazo (ive). La verdad es que me ha agradado, francamente.

Pero disiento radicalmente de tus opiniones. Disiento de un modo tan esencial que llega a producirme una cierta perplejidad, desazón, casi: ¿cómo es posible una visión tan enfrentada de un fenómeno humano entre personas que, a fin de cuentas, pertenecen a una cultura común y son contemporáneas? Y esto de la contemporaneidad no es poco importante.

Tengo que partir de lo que yo considero esencial. Todo el discurso anti-ive se acaba basando en lo mismo. La ive supone, 1º matar y 2º a un ser humano. Y, ante la evidencia de que el feto no es un ser humano, la persona anti-ive que lo es racionalmente, como tú, lo admite, pero le acaba otorgando el mismo estatuto: se dice, es un ser humano en potencia, pero con los mismos derechos. Y aquí veo la primera incongruencia. Si no es un ser humano, no se puede predicar del feto lo que de un ser nacido. No es racional. Llegando al absurdo, habría que reclamar derechos para otras realidades, que son seres humanos en potencia. Como un espermatozoide, un óvulo o incluso el útero en el que se asienta, que deba serle extirpado a una mujer, como medida terapéutica. O, ¿qué es un protozoo, sino un ancestro?

Y aquí me topo con una de las cuestiones que son para mí más vidriosas y quizá más difíciles de explicar. Lo intentaré con algunos ejemplos. Las reglas de conducta del hombre con sus semejantes y con la naturaleza tienen un elevado grado de antropomorfismo. Estas reglas de conducta han ido evolucionando a lo largo de la historia de la humanidad y en cada momento han generado una ética más o menos comúnmente admitida. Según esta conducta antropomórfica, no sentimos lo mismo al aplastar una araña o una cucaracha que nos encontramos en casa, que si despeñamos una cabra por un campanario. Para algunos cazadores, no es lo mismo disparar a una perdiz, que abatir un ciervo. Conozco algún cazador incapaz de lo segundo. Esta es la razón por la que algunos movimientos sociales están empezando a propugnar el reconocimiento legal de determinados derechos cuasihumanos para los grandes simios. Si bien lo piensas, lo que se le hace a un toro de lidia en una plaza de toros probablemente sería un espectáculo imposible de soportar para la mayoría de los taurinos, si el castigado fuera, en lugar de un toro, un gorila o un chimpancé.

¿Qué quiero decir con esto? Que la repulsión que le produce a determinados seres humanos la ive no nace de un aprecio y de una solidaridad espontánea hacia el feto. Ese sentimiento no es de la misma naturaleza que el que experimentamos ante un homicidio, o ante la contemplación de la ejecución de un daño gratuito a un ser humano o a un animal de cierto tamaño y/o antropomorfismo. Y esto es así porque la repulsión anti-ive, por un lado, tiene un alto grado de sofisticación y, por otro, está basada en un sofisma o, si quieres, tiene más de apariencia que de esencia.

Es sofisticada porque no nace espontáneamente, como una ética humana natural y universal, como el precepto “no matarás”, sino que necesita una elaboración mental. Una elaboración, además, muy compleja. Porque está compuesta de elementos científicos (en muchas ocasiones, pseudocientíficos, perdóname) e ideológicos. Hay que tener un alto grado de instrucción para comprender los procesos genéticos y dilucidar de ellos en qué momento el feto es “persona” y, a partir de ahí, generar una mentalidad y un sentimiento anti-ive. Y hay que tener una ideología determinada que adorne todo ello. Es todo muy artificioso. Porque, ¿qué ocurriría si la ciencia acabara diciendo otra cosa?; ¿dejaríamos de ser anti-ive?; ¿ya no nos dolería el sufrimiento del feto?; ¿ya no sería un asesinato?

Y, en definitiva, se basa en una apariencia, porque, para afirmar la mentalidad anti-ive, tenemos que basarnos en algo que no es cierto, y decir que el feto es una persona, cuando es evidente que no lo es.

Esto que acabo de exponer con bastante torpeza probablemente, pretendo que me ayude a explicar porqué para mí es, además de una ofensa gravísima, una aberración (primera acepción DRAE: “grave error del entendimiento”) que se compare la experimentación con embriones humanos, la píldora del día después o una ive de pocas semanas, con un asesinato.

Por otro lado, la sensibilidad del ser humano hacia el dolor y la muerte de otros seres humanos, conscientemente causadas, ha evolucionado sustancialmente a lo largo de la historia de la humanidad e, incluso, hoy día, estamos lejos de una ética universal sobre todo ello. Algunos ejemplos me parecen particularmente significativos. Este primero es una presunción personal, que someto a su contradicción por métodos demoscópicos. La mayoría de las personas más rabiosamente anti-ive no experimentan ninguna sensación especial ante el hecho de que en muchos lugares del mundo se aplique con toda normalidad la pena de muerte. Incluso muchos de ellos, estoy seguro de que son partidarios de dicha medida. No quiero incluirte en este grupo (seguro que muy nutrido) de personas, al que ya sé que no perteneces. El ejemplo lo cito para expresar lo resbaladizo que es este terreno. Muchos de nuestros congéneres consideran perfectamente compatible ser partidarios de la pena de muerte y contrarios a la ive. La misma Iglesia Católica, no hace tanto tiempo que aplicaba el tormento y la pena de muerte en sus tribunales penales y, aún hoy, se manifiesta mucho más rabiosamente anti-ive, que anti-pena de muerte, fenómeno ante el que, en el mejor de los casos, es bastante tibia. Es más, no estoy seguro de que la Iglesia, como institución, sea “oficialmente” contraria a la pena de muerte. Y eso sí que es matar a un ser humano.

Por otro lado, el tema de la ive, no nos engañemos, está directamente asociado con otro no menos controvertido. La libertad sexual y la conducta sexual humana, en general. Y no quiero eludir la acusación frecuente y, en parte justificada, desde luego, de la mentalidad anti-ive, en el sentido de que el aborto se puede acabar convirtiendo en un método anticonceptivo. Es evidente que eso es una anomalía que la humanidad debe evitar. Pero aquí nos encontramos, de nuevo, con otra contradicción, en la que incurren, esta vez, sí, la mayoría de los anti-ive. Y así entramos de lleno en el tema de la libertad y de los derechos, que es el que a mí más me interesa. No es casualidad que las posturas contrarias a la ive coincidan mayoritariamente con estas otras: a) con las que consideran que la sexualidad humana no es una fuente de placer y un vehículo excelente para las relaciones interpersonales, sino que está básicamente orientada a la reproducción; b) con las posturas contrarias al empleo de métodos anticonceptivos y si los admiten es sólo en determinados casos, pero no para el fomento de relaciones sexuales libres y despreocupadas. En definitiva, la mentalidad anti-ive, para la mayoría de quienes la sostienen, forma parte de un paquete completo. Un paquete que parte de una visión del ser humano determinada. Una visión que considera pecaminosa la conducta sexual no orientada a la reproducción, que no es partidaria de la educación para la sexualidad (dejémonos de eufemismos) ni del empleo discrecional de métodos anticonceptivos y que utiliza la prohibición de la ive como cláusula de cierre de esta concepción del ser humano.

En fin, para mí, la ive de pocas semanas es un derecho de la mujer. Porque nadie la puede obligar a alumbrar el producto de una violación, nadie la puede obligar a parir un ser con graves malformaciones, nadie la puede obligar a seguir adelante con un embarazo que ponga en riesgo su vida o su salud y nadie la puede obligar a seguir adelante con un embarazo no deseado, aunque se deba a su propia negligencia. Porque no hay una ética humana universal e incontestable que se oponga a ello, sino sólo concepciones ideológicas y/o prejuicios cientificistas.

Esta forma de pensar es profundamente humanista. Pone al ser humano y su libertad en el centro, por encima de artificios científicos y de prejuicios ideológicos y/o religiosos, teniendo como objetivo fundamental su felicidad.

No sé si eso es de izquierdas, pero estoy seguro que las posturas anti-ive son de derechas, muy de derechas.

1 comentario:

  1. No tengo tiempo de leer despacio tu respuesta y, a su vez, responder a ella. Ando excesivamente liado mañana y tarde, y las noches me vencen. Pero está en cartera. No desesperes.
    Fernando

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