jueves, 6 de enero de 2011

Spleen de Navidad

En mi familia, como en todas, supongo, se reproducen y se transmiten entre generaciones una serie de ritornelos, más o menos jocosos, algunos quizá originales. Mi abuela Regina era una gran conservadora de este acervo familiar. En las ocasiones apropiadas reproducía la retahíla, el dicho, el retruécano, la paradoja o la ocurrencia que viniera a cuento. A veces la esperábamos, incluso la provocábamos, pero otras actuaba por su cuenta, lo que aumentaba nuestra sorpresa y regocijo.
Para los brindis de Navidad o con cualquier otro motivo tenía reservada una larga y logomáquica retahíla que yo casi he olvidado y que nos hacía mucha gracia oír recitar a una señora mayor.
Cuando alguien que estuviera presente o que hablara por la televisión se expresaba de un modo particularmente ilógico o desatinado, ella pronunciaba el principio de otra celebrada retahíla y decía: “Era de noche y sin embargo llovía…”
Todos los días primeros de cada mes, al encontrarte por primera vez con ella en ese día, invariablemente, te espetaba, “¿Qué tal desde el mes pasado?”.
Mi abuela Regina atesoraba una sabiduría que no era sólo producto de sus estudios, tan escasos, supongo, como los de la inmensa mayoría de las mujeres de aquella época, sino de la decantación de saberes seculares absorbidos durante una vida larga y difícil por la mente de una mujer lista. Escribía muy bien, con una caligrafía que uno imaginaba esculpida en duras y largas sesiones de aprendizaje infantil y cuyo deterioro fue para nosotros el desdichado heraldo de su decadencia física. La mental no llegó a padecerla, para su suerte.
A veces resolvía dudas sorprendentes. Recuerdo una vez en que nos preguntábamos en casa sobre el significado del título de la columna que escribía diariamente Umbral en El País, que se llamaba “Spleen de Madrid”. No recuerdo exactamente sus palabras, pero fueron muy parecidas a la definición que hoy contiene el Diccionario de la Real Academia de la voz esplín: “Melancolía, tedio de la vida”, que es, seguramente, el sentido que le quiso dar Umbral.
Hoy me he acordado de mi abuela Regina, porque he estado en casa de mi madre, asistiendo al multitudinario y ubérrimo ritual de los Reyes Magos, del que llevaba muchos años ausente. Cuando ella asistía a esta ceremonia, cada vez que abría uno de los regalos que le había correspondido, daba saltos y hacía unas muecas muy cómicas, como si la ilusión del regalo le hubiera llegado a derretir las entendederas. Si, más tarde le preguntabas qué le habían traído los Reyes, ella podía contestarte con una de sus conocidas greguerías: “me han traído un ‘síseñor’ y un ‘mireusted’ con las patas de alambre”.
Los Reyes me han traído hoy este chisme, que sirve para hacerse cosquillas en la cabeza, entremetiéndolo por el cabello.

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Al cabo de los años, he acabado averiguando que al menos uno de esos extraños artilugios que mencionaba mi abuela no era imaginario. Me da pena de que ella no esté para enseñárselo.

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