domingo, 23 de enero de 2011

London I

Cuando salgo del aeropuerto a buscar un taxi son las 5 de la tarde (6 de la tarde hora española) y ya es de noche.
El taxista no encuentra en el "Tom Tom" el domicilio que le enseño en letras grandes, pero dice que no me preocupe, que lo encontrará llevándome por el camino más barato. En mi inglés balbuciente intento congraciarme con él alabando la profesionalidad y la seriedad de los taxistas londinenses. Deduzco que ha debido entenderme aproximadamente, al verle subrayar mi comentario con el pulgar hacia arriba.
Intento recordar los nombres de mis anfitriones y sólo consigo recordar el de mi profesora, pero no los de su marido y su hija. Inexplicablemente no tengo a mano el correo electrónico en el que tenía esos datos y me pongo a buscarlos a toda prisa en el iPad. En unos segundos encuentro los nombres pero, ahora, me surge la duda de su pronunciación. En fin, que ya no sé cómo me va a salir la presentación que había urdido en el avión, llamando por sus nombres a las personas que fueran apareciendo al llegar a mi destino.
La vista de la casa me confunde a la llegada. Mi cerebro tarda en procesar que la foto del "Street View" debía estar hecha en primavera o verano y, donde allí había un frondoso árbol, ahora hay una porción de ramas peladas.
Veo a quien luego comprobé que era Salette, a través de los visillos de una ventana de la fachada, laboreando en lo que parece ser la cocina. Me abre la puerta Clive, un tipo alto con gafas y gesto amable, de perfecto aspecto inglés. Este primer encuentro desencadena mi atropellada y algo inepta presentación e inmediatamente me veo en la cocina saludando a mi anfitriona y profesora de los próximos 15 días. Es una mujer más bien baja, con una mirada suavemente irónica, que habla muy deprisa, naturalmente en inglés y que desde la primera hora ejerce de profesora, corrigiendo algunos de mis numerosísimos errores gramaticales, con un leve gesto que interpreto aprensivamente como de fastidio.
Al poco rato llega Clair, la hija de 17 años y se pone a hacer los deberes en la cocina. Mientras la madre hace la cena mantiene con su hija una animada conversación acerca de un trabajo que la niña está haciendo sobre la obra de teatro de J. B. Priestley, "Llama un inspector". Esto no lo sé, naturalmente, porque me haya enterado de nada, sino porque el libro estaba encima de la mesa.
A las 7 y cuarto nos sentamos a cenar unos filetes acompañados de puré de patatas, coliflor y brócoles con bechamel y una Macedonia de postre, todo regado con un vino blanco italiano bien frío que estaba muy bueno.
Como es mi primer día en Britain, son muchas las impresiones que me apetece llevar al papel, pero my teacher me ha citado a las 8 y media para desayunar y a las 9 para la primera clase y son ya las 2, hora española, que es por la que, hoy, se rige mi cuerpo, así que me voy a acostar.
Continuará...

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