jueves, 18 de agosto de 2011

Los saqueos de Londres no son política, sino física

La búsqueda de explicaciones racionales a los recientes disturbios en Londres y otras ciudades inglesas me ha llevado a leer diferentes opiniones publicadas en la prensa británica de estos días. Para ser honesto debo decir que mi "investigación" se ha limitado a los diarios "The Independent" y "The Guardian", que son los que leía casi a diario cuando estaba allí, porque son los que me inspiran más confianza.
De entre las interpretaciones más sugerentes que he leído se encuentra este artículo publicado en The Guardian por la intelectual canadiense Naomi Klein.
Naomi Klein
Naomi Klein
La autora recuerda los saqueos que se produjeron en factorías y bienes públicos (bibliotecas y museos) en Irak, tras la invasión de los EE.UU. y la caída de Saddan Hussein. La autora recuerda cómo entonces los comentaristas pensaban que aquellos saqueos tenían un significado político: los iraquíes comunes, después de ver cómo Saddan Hussein y sus hijos se habían apoderado de todo lo que les apeteció, cualquiera que fuera su dueño, sintieron que se habían ganado el derecho de tomar algunas cosas por sí mismos.
Pero Londres no es Bagdad, ni David Cameron es Saddan Hussein, dice Naomi Klein. De modo que propone que tengamos en cuenta un ejemplo más cercano: la Argentina de 2001. La economía se encontraba en caída libre y la gente empobrecida, tras una política económica de rapiña y de privatización y venta al exterior de los más valiosos activos nacionales. Esta política fue denominada, significativamente, “saqueo”. En este contexto multitudes amotinadas produjeron saqueos en grandes superficies comerciales de propiedad extranjera. La gente salía empujando carritos con los bienes que ya no podían permitirse: ropa, electrónica, carne… Los argentinos entienden, según la autora, que este saqueo no habría sido posible sin el previo saqueo del país por toda la caterva de políticos corruptos que había gobernado en los años anteriores.
Tras la crisis bancaria de 2008, los dirigentes del mundo, reunidos en el G-8 o en el G-20, decidieron no pedir cuentas a los responsables del desaguisado financiero universal. Ni castigaron a los banqueros ni les pidieron que devolvieran los suculentos incentivos que habían estado cobrando hasta el día antes del estallido. En su lugar, volvieron cada uno a sus países con la decidida intención de hacer pagar los platos rotos de la crisis a los más débiles y vulnerables, despidiendo trabajadores, reduciendo salarios y pensiones, recortando prestaciones sociales y todas las medidas que estamos contemplando cada día en cada país. Naomi Klein llama a esta política económica de los principales países del mundo “saqueo global”.
Con un amargo sarcasmo la autora termina diciendo que el error de Cameron ha sido recortar los presupuestos de la policía al mismo tiempo que todos los recortes sociales. Porque cuando se le quita a la gente lo poco que tiene, con el fin de proteger los intereses de aquellos que tienen más de de lo que nadie puede merecer, es esperable una cierta resistencia, ya sea mediante protestas o saqueos espontáneos. Y esto no es política. Es física.

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