sábado, 16 de septiembre de 2023

BASTA CON SER ESPAÑOL Y QUERER SEGUIR SIÉNDOLO

A mis amigos de izquierdas; y a los de derechas tibios o perezosos.


La entidad cívica, no vinculada a ningún partido político, Sociedad Civil Catalana (SCC), ha convocado en Barcelona una manifestación para el día 8 de octubre, en contra de la pretensión de los partidos separatistas y de la extrema izquierda española, de que se amnistíen todas las responsabilidades de todo tipo derivadas del denominado Proceso catalán. Con toda intención, SCC hace coincidir esta convocatoria con la exitosa manifestación del 8 de octubre de 2017, en la que un millón de españoles desfilamos por las calles de Barcelona en contra del golpe separatista y a favor de la Constitución.



Con Arcadi Espada y Nicolás Redondo en la manifestación del 8 de octubre de 2017

Al hilo de esta convocatoria quiero destacar en estas líneas dos ideas que me parecen fundamentales. La primera es que la pretensión de la amnistía, se lleve a cabo o no, es solo un elemento, un paso más, de un proceso de destrucción de España en el que se encuentran embarcados los partidos separatistas catalanes y vascos, con la complicidad expresa y decidida de la extrema izquierda española (Sumar, Podemos y satélites), la cooperación del PSOE y la contemplación bobalicona de una porción importante de la opinión pública española.


Esta preocupación que acabo de expresar se despacha a menudo en los medios de comunicación con desprecio y sarcasmo: “lleváis años diciendo que España se rompe y no se ha roto”, oímos con frecuencia en tertulias radiofónicas y leemos en columnas de opinión. Qué cabe decir de tan simple réplica, ante la evidencia de que partidos separatistas con una influencia creciente en el gobierno y el Parlamento de España tienen como objetivo esencial de su acción política la secesión de distintas partes del territorio nacional.


La segunda idea que quiero transmitir es la de que el separatismo nos plantea a los españoles un desafío que calificaría como prepolítico, en el sentido de que, mientras dicho reto no haya sido superado, los ciudadanos no podremos “hacer política”, como se entiende tal cosa en una sociedad democrática. Es decir, que debemos olvidarnos y dejar temporalmente a un lado las naturales contiendas de las diferentes opciones políticas sobre los más diversos asuntos (educación, sanidad, pensiones, vivienda, justicia, fiscalidad…), tal y como se desenvuelven en una nación sana, y no aquejada de la enfermedad de la que se encuentra aquejada España.


Y esto es así porque, como su propio nombre indica, la política se desarrolla en la polis y lo que está hoy en cuestión en España es la propia existencia de la polis o de algunos de sus elementos fundamentales.

La polis contemporánea es la nación, convertida en Estado, que se constituye en una unidad de decisión y de solidaridad, en la que un conjunto de ciudadanos libres e iguales ante la ley deliberan y optan en las elecciones por las políticas y los gobernantes que consideran más adecuados.


Pero, para que una nación y un Estado merezcan tal nombre deben contar con una serie de atributos, sin cuya presencia no podrán tenerse por tales, no merecerán ser llamados nación o Estado. La nación necesita un territorio en el que asentarse, una población, constituida por el conjunto de los ciudadanos y una serie de instituciones, que configuran el poder del Estado.


Pues bien, en España hoy están gravemente amenazados dos de estos elementos esenciales. El territorio está amenazado por partidos separatistas radicales, que pretenden la desmembración unilateral de la nación a corto plazo, y la población está amenazada por estas mismas fuerzas, que pretenden convertir en extranjeros, en su propio país, a una buena porción de nuestros conciudadanos.


No voy a dedicar tiempo a refutar a quienes dicen que la unidad de España es un concepto arcaico o autoritario o, en el mejor de los casos, meramente sentimental. Tampoco a quienes ven con desdén o le restan importancia a la separación de partes del territorio nacional, y no cualesquiera, por cierto. Que cada uno se engañe como quiera. Al margen de cuestiones históricas, sociológicas, culturales o sentimentales, la desmembración de la nación española comportará la ruina económica de lo que hoy conocemos como España.


Por eso, ante iniciativas como la de Sociedad Civil Catalana, quienes queremos mantener la armonía, la estabilidad y el bienestar de la nación y creemos ostentar un derecho de soberanía sobre todo el territorio nacional, debemos aparcar nuestras diferencias políticas con nuestros conciudadanos y unirnos en esta hora en la defensa de las bases mismas sobre las que se asienta nuestra condición de ciudadanos.


Es lamentable que el Partido Socialista gobernante haya realizado tantas cesiones al separatismo en estos últimos años, que solo han servido para rearmarlo. No podemos saber hasta dónde será capaz de llegar en la actual coyuntura, pero ha dado suficientes muestras como para que pensemos que, si no le da lo que pide ahora el separatismo, no será por principios, sino por mero cálculo táctico, confiando en que unas nuevas elecciones lo coloque en mejor situación, para seguir dirigiendo el gobierno de España.


El golpe de Estado de Tejero de 1981, a pesar de su gravedad, resultaba un episodio incongruente, representado en el último cuarto del Siglo XX. Los ciudadanos españoles reaccionamos con claridad y firmeza y un punto de incredulidad ante lo que más parecía el último pronunciamiento decimonónico de los espadones de nuestro ejército.


Se dice que el golpe separatista de 2017 y el que están de nuevo urdiendo son golpes posmodernos, que se llevan a cabo sin violencia. Yo no comparto esta idea. Bastante violencia hemos visto en las calles de Barcelona y de toda Cataluña para saber que se trata de una revolución, como todas en la historia, teñida de odio y violencia. El fugado Puigdemont dice en su penúltimo twitt, movido sin duda por el odio, que España está podrida. Esta  grave ofensa nos la propina el líder de un movimiento nacionalista, supremacista y xenófobo, pura putrefacción. Hasta ahora, esa violencia ha tenido una única dirección, pero no olvidemos las enseñanzas de la historia, algunas bien recientes, como la destrucción de la antigua Yugoeslavia y el océano de muerte dolor y destrucción que trajo consigo. ¿Acaso somos los españoles mejores que los balcánicos?


Yo no he votado nunca a partidos de la derecha y sigo sin animarme a hacerlo. El PP no me parece fiable sobre esta cuestión capital de la que vengo hablando. No hay más que ver los titubeos de Feijoo acerca de pactar o no con el separatismo. Y Vox es un partido extremista al que no apoyaré con mi voto, aunque coincida con su postura ante la deriva separatista. Los partidos de la pretendida izquierda están como están. Por eso me parece apropiado apoyar la iniciativa de Sociedad Civil Catalana. No hace falta ser de izquierdas o de derechas para unirse a la manifestación. Basta con ser español y querer seguir siéndolo.

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