viernes, 8 de diciembre de 2023

LA IMPORTANCIA DE SER CATALÁN


El nacionalismo periférico español padece una enfermedad infantil. Anhela sentirse diferente y superior al resto, llegando a incurrir en un ridículo patetismo.
Como es conocido, entre las condiciones del chantaje del separatismo catalán al PSOE, a cambio de sus votos a la investidura de Sánchez, se encuentra la entrega de la gestión de los trenes de cercanías a la Generalidad.
Después de ese triunfo, el separatismo ha oído con consternación declarar al Ministro de Transportes que las cercanías podrían transferirse a otras regiones y se ha apresurado a pedir explicaciones al gobierno, mediante la presentación de determinadas iniciativas parlamentarias. Sin careta ninguna, una de las iniciativas se pregunta cómo es que el Gobierno ha optado por el “café para todos”. Como queriendo decir, cómo es que se le da el mismo trato a regiones basura que a la noble, culta, industriosa y tan distinta Cataluña.
Al mismo tiempo, el panfleto separatista elnacional.cat, hace una encuesta a sus lectores preguntándoles si aprueban el traspaso de las cercanías a otras regiones. Cuando escribo estas líneas, un 46% de los votantes lo desaprueba.
¿Qué más les dará?, podría pensarse.
No, si piensas eso es que no has entendido de qué va esto. Como dije antes,  el nacionalismo periférico español es una pulsión infantil por la diferencia y la superioridad. Los diputados separatistas y los votantes de la encuesta que desaprueban la transferencia de las cercanías a otras regiones no pueden soportar que Andalucia sea tratada como Cataluña.
Como bien comprenderás, este sentimiento es pura xenofobia, auténtico supremacismo.
Las regiones son una mera entelequia y, por tanto, quienes experimentan este despreciable sentimiento, lo que realmente están sintiendo es que ellos son, no sólo lo suficientemente diferentes a los andaluces, sino que son superiores y por eso merecen que su región posea las cercanías y Andalucia no.
El asunto es tan absurdo e irracional que uno llega a pensar que más nos hubiera valido al resto de los españoles haber satisfecho desde el principio estas pulsiones infantiles de los nacionalismos.
Si la Constitución hubiera establecido, al menos, dos modelos de autogobierno, uno para las regiones ‘elegidas’ y otro para el resto, quién sabe si no habría ayudado a embridar las tendencias centrífugas que ahora padecemos.
Total, qué interés teníamos los ciudadanos de Andalucia o de las dos Castillas de los años 80 del siglo pasado en disponer de un parlamento regional o en que la sanidad y la educación fueran gestionadas por nuestros gobiernos regionales.

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