lunes, 27 de agosto de 2007

Breve visita al País Vasco I

Hacía muchos años que no visitaba el País Vasco con la tranquilidad y el detenimiento que requiere un viaje que pretenda el conocimiento de gentes y lugares, algo sólo posible en vacaciones. Mi último viaje data de hace más de veinte años y, desde entonces, apenas he estado allí brevemente, por algún asunto de trabajo. Así que programé una visita para este mes de agosto, con dos escalas, una en San Sebastián y otra en Bakio (antes Baquio), en la costa de Bizcaia (antes Vizcaya), con la intención de recorrer, esencialmente, la costa de ambas provincias.
Respecto a mi visita anterior, he podido comprobar cómo la política lingüística desarrollada por la administración de la Comunidad Autónoma ha producido cambios perceptibles en el paisaje y en el paisanaje. El euskera está mucho más presente en la sociedad que lo estaba hace veinte años. Una buena parte de las conversaciones que puedes oír, tanto por la calle, como en bares, restaurantes y comercios, se producen en euskera. Incluso, en algunos establecimientos, se dirigen a tí inicialmente en euskera, pasando al castellano inmediatamente, sin aparente dificultad, cuando tu interlocutor percibe que no eres euskaldun (ya me referiré más adelante al significado de este término). Otro de los signos externos evidentes de la expansión del euskera es la frecuencia con la que aparecen textos monolingües en ese idioma en toda clase de carteles, letreros, avisos, anuncios e, incluso, señales de tráfico. Esto llega a hacerse, en ocasiones, algo antipático, especialmente si viajas en automóvil, ya que la interpretación "a vuela pluma" de señales indicadoras de lugares en euskera e, incluso, en textos bilingües, no siempre es fácil. También es verdad que la propia inconsistencia del léxico euskérico, a veces, facilita las cosas. Por ejemplo, "portua" (puerto), "aeroportua" (aeropuerto), "aparkaleku" (parking) o "museoa" (museo). En cambio, en otros casos, el reconocimiento resulta imposible, si no viene acompañado de algún dibujo o logotipo, como "hondartza" (playa) o "hiriaren erdialdea" (centro urbano).

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La lectura de esta señal, situada en el puerto de Lekeitio, no permite saber si está prohibido o permitido aparcar de 9 a 13, ni dónde. Con todo, la rotulación exclusivamente en euskera ha reducido un fenómeno muy frecuente hace veinte años, cuando era más usual la rotulación bilingüe y que consistía en emborronar con spray la versión castellana e incluso la euskérica, si el emborronador no estaba de acuerdo con la grafía empleada, inutilizando toda la señal, cartel o anuncio. No obstante, esta práctica no ha desaparecido, como demuestra la siguiente foto, también del puerto de Lekeitio.

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Estas cuestiones idiomáticas no logran, empero, que el visitante del resto de España perciba la sensación de encontrarse en tierra extraña. Al menos, no lo han logrado con quien escribe estas líneas. Un paseo por las calles de ciudades y pueblos del País Vasco nos enfrenta a un aluvión de percepciones que permiten sentir que nos encontramos en nuestro país, en nuestra tierra, cualquiera que sea el sentido y el significado que queramos dar a estas expresiones. Y es que ese conjunto de percepciones (forma y volumen de las edificaciones, tipología étnica de los viandantes, marcas comerciales en anuncios y establecimientos, modelos de automóviles, publicaciones y tantas otras cosas) nos remite a una realidad que nos es perfectamente familiar y que, al propio tiempo y, a pesar de la globalización, que tanto uniformiza, es distinta a otras realidades que identificamos con otros países, con otras tierras.
Esto es perfectamente visible en el País Vasco. Yo animo a quien quiera comprobarlo a hacer el ejercicio de comparar ese conjunto de percepciones en San Sebastián (perdón, Donostia) y en Bayona (perdón, Baiona), para comprobar cómo a cualquier español, la primera le resultará familiar y la segunda, perfectamente francesa y poco semejante o afín a la anterior, a pesar de que ambas forman parte de la legendaria Euskalerria.
A pesar de lo dicho, no se puede ignorar que la identificación de quienes viven en un territorio como pertenecientes a una entidad, o a un pueblo diferente a los demás no se funda tanto en el conjunto de percepciones a que me he referido, como en razones más complejas y, quizá, más profundas. Estas razones tienen que ver con una percepción común de la historia y costumbres de un pueblo, la existencia de una lengua propia, la identificación de enemigos exteriores, etc. En definitiva, un conjunto de individuos, por razones reales o inventadas, se sienten diferentes y afirman su intención y voluntad de serlo. Y esto no es fácil percibirlo por la calle. No obstante, un viajero atento no dejará de encontrar muestras de ello. Examina el anuncio que pude fotografiar en el escaparate de una tienda en Zarautz.

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El anuncio da para un tratado. Una pareja busca piso urgentemente para todo el año. Y anima a los potenciales arrendadores autocalificándose de "responsable" y, a continuación y entre paréntesis, de "EUSKALDUNA", así, con mayúsculas. Una primera interpretación, ingenua, casi naif, diría que la pareja es responsable por euskalduna. El carácter euskaldun de la pareja garantizaría el puntual pago de la renta y el buen cuidado del inmueble. El propietario no debe temer alquilárselo: son euskaldunes, es una garantía. Como bien se comprende, esta interpretación es absurda, porque, ¿qué tiene que ver la lengua de los contratantes con el cumplimiento de los contratos? Evidentemente nada; a lo sumo tendrá que ver con el idioma en que estén redactadas las cláusulas, pero nada más y no parece que sea esta la cuestión implícita en el anuncio.
Si analizamos el significado y sentido que tiene el término euskaldun, la cuestión se vuelve más vidriosa, resbaladiza, casi escabrosa.
Euskaldun es una palabra que en lengua vasca quiere decir vascohablante. Etimológicamente conjuga la palabra "euskara" (lengua vasca) con el sufijo -dun (que lo tiene). En consecuencia, aquel que posee la lengua vasca es el vascohablante o euskaldun.
Pero, además de este significado etimológico, el término tiene un claro alcance ideológico. Para los nacionalistas vascos (no sé si para todos, no sé si sólo para ellos), la lengua vasca es un elemento esencial de la configuración de los vascos como pueblo diferenciado. Esta identificación es tal que, casi puede decirse que, para quienes sostienen este enfoque, vasco es aquel que posee el euskera como lengua propia. Es decir, desde este punto de vista, euskaldun sería igual a vasco auténtico, visión bajo la que adquiere sentido su utilización por la pareja buscadora de piso: nosotros somos vascos "pata negra" y, como tales, somos merecedores (porque somos responsables) de que se nos alquile un piso. Y el reverso implícito: quienes no son euskaldunes, y, por tanto, no son vascos auténticos, no gozarán de ese privilegio. Y el posible complemento subyacente: ¿podrá alguien negarle el alquiler a una pareja euskaldun o se arriesgará a ser considerado enemigo del "pueblo vasco" si no lo hace?
El deplorable castellano del chino que regentaba la tienda de 20 duros, en cuyo escaparate estaba pegado el anuncio, me indujo a imaginármelo inmerso en un ferviente proceso de euskaldunización. Si ser euskaldun otorga tales privilegios, para cuántas otras cosas servirá, habrá pensado el oriental, orillando el aprendizaje del castellano, por inútil.
Puestos a definirse, la pareja arrendataria podría haber añadido su RH o descrito su morfología: constitución robusta, cráneo braquicéfalo, cara de contorno triangular y sienes muy acusadas, «cabeza de liebre con las sienes salientes»; orificio occipital muy inclinado con el punto más anterior mucho más próximo al vértice que el posterior, ojos verdes, nariz alta, saliente y barbilla puntiaguda (caracteres de la presunta raza vasca, según Wikipedia). En fin, pareja de raza aria busca piso...etc.
Este paralelismo que acabo de evocar me lleva de la mano a un asunto que me causó cierta intriga desde el primer momento en esta visita. Se trata de la profusión con la que aparece este símbolo

en banderas, enseñas y toda clase de objetos. Mi intriga la desveló la encargada de la tienda de recuerdos de la Casa de Juntas de Guernika (el sanctasanctorum de la vasquidad). Se trata, según mi informante, de un símbolo de los antiguos vascos, de época precristiana, llamado Lauburu, que representa los cuatro elemenos de la naturaleza. Su utilización, como digo, ha hecho fortuna, hasta el punto de que su uso masivo ha llegado a configurarlo como un auténtico signo de la cultura vasca. El orgullo, no exento de una cierta jactancia, con que acompañó su explicación la amable vendedora de la tienda de recuerdos me movió a adquirir un llavero adornado con el susodicho lauburu.
Mas, mi tendencia innata a huir de orígenes legendarios para explicar fenómenos que parecen simples y el evidente parecido del dichoso lauburu con la esvástica, me indujeron a buscar más información sobre el particular. Y resulta que el simbolito de marras es muy común en muchas de las culturas indoeuropeas. De acuerdo, de nuevo, con Wikipedia (¿qué haríamos si no existiera?) "no es un símbolo único de los territorios donde estaban asentados los vascones, también se encuentra, muy frecuentemente, entre las representaciones artísticas de otros pueblos europeos, como celtas y germanos y en dibujos y tallas visigóticas. Se han encontrado piezas similares, incrustadas en edificaciones del siglo V y posteriores, en ciudadades italianas, como Fano." Y, respecto a su significado, la enciclopedia dice que "es discutido, siempre partiendo de que es un símbolo precristiano: para algunos representaría el sol; para otros, el movimiento o las edades del hombre; otra interpretación dice que con giro a la izquierda es símbolo de vida, y con giro a la derecha es símbolo de muerte, razón por la cual aparece de esta última manera en monumentos funerarios. Una interpretación nacionalista afirma que representa los cuatro territorios vascos al sur de los Pirineos: Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra. Al parecer la interpretación que mejor se atañe (sic) a este simbolo euskaldún es el de la indicación de Norte, Sur, Este y Oeste de Euskal Herria.
Como curiosidad, observa la lira que acompaña a la Marquesa de Santa Cruz, en este cuadro de Goya que está en el Museo del Prado. Probablemente, será una marquesa abertzale; o quizá lo era Goya.

En fin, nada cuesta imaginar que este asunto del lauburu no es sino una superchería más de las muchas que plagan la interpretación nacionalista de la historia y la cultura de las Vascongadas.
Yo, por mi parte, estoy remiso a utilizar el llavero que compré con el simbolito. Llevar encima algo que parece una cruz gamada "light" le aboca a uno a dar unas explicaciones que, como ya he dicho, no están nada claras.
Ya sé que todo esto que llevo dicho, en alguna medida, o, en mucha medida, está en la base de fenómenos que se dan en el País Vasco y que tanto nos irritan al resto de los españoles...y a muchos otros vascos también, quiero pensar. Y resulta inevitable percibirlo cuando uno se pasea por allí, por muy distraido que vaya. Pero la visita a esa zona de España ofrece no pocos encantos y motivos para el placer del viajero. A ellos me referiré en una próxima entrada de este blog.

1 comentario:

  1. Ya sabes que viajar me gusta mucho, asi que si no lo hago agradezco que compartas tus andanzas y experiencias con quienes nos hemos quedado en otros destinos mas tranquilos aprovechando el sol, la lectura, los atardeceres en la playa y el encuentro con amigos que veo de año en año.
    A pesar de los vascos, ¡que bonita es esa tierra!. Esperare a tu proxima entrada.

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