sábado, 21 de junio de 2008

La educación segregada es un germen de la delincuencia sexual

El Tribunal Supremo ha dictaminado en una reciente sentencia que la Administración puede denegar las subvenciones a la enseñanza a aquellos centros que mantengan la segregación por sexos de los alumnos en los colegios. Lo que no quiere decir que se tengan que denegar necesariamente. De hecho, las Comunidades Autónomas gobernadas por el PP conceden subvenciones a los centros del Opus Dei y a otros con parecidos idearios educativos y, al parecer, se las van a seguir concediendo.
Con ocasión de esta sentencia hemos tenido que volver a soportar toda la cascada de argumentos pretendidamente pedagógicos en que se basa este peligroso y arcaico ideario educativo. Que si hay diferencias cognitivas entre los sexos y que, si se separa a los niños de las niñas, ambos mejoran su rendimiento académico. Que si las niñas están solas estudian sin la presión de los varones, mientras los niños ponen más atención a las clases y evitan las distracciones. Que si la separación favorece el aprendizaje de las matemáticas a las niñas y el del lenguaje a los niños. Y otra serie de zarandajas sin cuento ni base científica.
Lo que está detrás de la segregación de sexos en la escuela no es más que un morboso prejuicio religioso, que considera pecaminoso y casi inmoral que seres de distinto sexo convivan juntos en el colegio.
A mi, lo que me parece inmoral y pecaminoso es justamente lo contrario: una educación donde el conocimiento y el trato natural y cotidiano con el otro sexo sea algo vedado y casi prohibido. Este enfoque de la educación no es sino el germen de muchas de las taras psicológicas que conducen a los abusos sexuales y a la violencia sexista. Por eso, debería estar prohibido que el Estado subvencionara ese tipo de enseñanza.

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