domingo, 6 de julio de 2008

Nadal, la bandera y el catalán

El partido entre Nadal y Federer resultó emocionante por muchos motivos. Por el buen tenis que produjeron ambos; aunque también lo hubo malo, sobre todo por parte de Federer. Por las vicisitudes del juego, por la incertidumbre del desenlace. Cuando sacaba Federer y le entraba el primer servicio parecía imposible que Nadal pudiera ganarle. Pero, en el siguiente lance, una genialidad del español o un fallo del suizo hacían renacer las esperanzas de una victoria de Nadal.
No obstante la evidente superioridad del juego de Federer en la hierba, Nadal mereció ganar el partido. Su fortaleza mental es impresionante. A pesar de saberse inferior en hierba, de dos interrupciones por la lluvia, la primera con el partido prácticamente en sus manos, con dos sets a cero y empate en el tercero, a pesar de su menor edad y experiencia, logró imponerse en un combate limpio y deportivo, que bien merece calificarse de épico. Y a pesar de que el público estuvo siempre a favor del suizo. Los ingleses sabrán qué mecanismo mental o cultural les hace ponerse de parte del a priori más fuerte en un partido entre un suizo y un español.
En fin, este partido no ha hecho sino reafirmar mi preferencia por el tenis en tierra batida, superficie en la que predomina la habilidad del tenista sobre su fuerza. El hecho de que España sea desde hace muchos años la primera potencia mundial en tierra batida no me hará cambiar de opinión.
Esto me permite conectar con mi siguiente reflexión derivada de los fastos de Wimbledon. Rafael Nadal, nada más acabar el partido, con las lágrimas que le brotaron por la emoción de una victoria tan importante en su vida, trepó por las gradas hasta la tribuna para abrazarse a sus padres, componiendo una imagen de alto voltaje emocional. También saludó a los Príncipes de Asturias, que supongo que estaban allí por algo más que por su afición al tenis. Por cierto, también entre paréntesis, la presencia de los Príncipes de Asturias le pasó inadvertida al realizador de la televisión inglesa, que no ofreció ni un solo plano de la pareja principesca durante el partido, pese a que, probablemente, eran las personas más relevantes, desde un punto de vista institucional, que lo presenciaban. A lo mejor soy un poco tiquismiquis.
Nadal volvió a la pista a recoger su trofeo llevando al hombro una bandera de España que le había entregado su padre en la tribuna. El Sr. Nadal padre es miembro de una familia mallorquina catalanohablante, lo que no parece haberle impedido prever la oportunidad de llevar a la final una bandera de España, para, eventualmente, dársela a su hijo para que la exhibiera urbi et orbi en un escenario de máxima audiencia internacional. La tentación irreprimible de asociar el orgullo patriótico con las victorias (y las derrotas, claro) deportivas encontró en el gesto de los Nadal, padre e hijo, un claro acicate. No soy muy dado a tales excesos, pero debo admitir que en la alegría y la emoción que me produjo la victoria de ayer de Nadal, como la de la selección de fútbol la semana pasada, algo tiene que ver el hecho de que el primero sea compatriota y la segunda la representante de España en la Eurocopa. Ahora bien, deducir de las victorias deportivas una suerte de superioridad como país es una estupidez.
Esta tarde, el telediario ofreció unas imágenes en directo de la llegada de Nadal al aeropuerto de Palma de Mallorca. Nada más traspasar la puerta de salida, una nube de medios informativos formó el habitual corrillo en torno al tenista y lo sometió a la también habitual batería de preguntas. Estaba Nadal respondiendo las preguntas en castellano cuando una de las periodistas le formuló la siguiente pregunta en catalán. Nadal continuó con toda naturalidad respondiendo en catalán esa y las siguientes preguntas. Elena, que veía el telediario conmigo, le recriminó a Nadal que empleara el catalán en lugar del castellano, una lengua en la que, con toda probabilidad, nos habríamos entendido Nadal, la periodista que le preguntaba, Elena y yo. Un tanto perplejo, le hice ver a Elena que el catalán era la lengua materna de Nadal y el probable idioma habitual de emisión de la cadena de radio que lo entrevistaba; que si Nadal nos habla en castellano bien podríamos considerarlo una cortesía para quienes no entendemos el catalán, que es la lengua en la que probablemente se exprese con más comodidad; y que, en fin, aquello era una emisión en directo, lo que hacía imposible subtitular en castellano las declaraciones de Nadal en otro idioma.
Yo, por mi parte, me quedé pensando que la bandera de Nadal en la final y sus respuestas en catalán retransmitidas por la televisión española son algunas de las muchas caras de mi país, que todos deberíamos percibir sin exaltaciones ni dramatismos, con la misma naturalidad como parece vivirlas Rafael Nadal, una persona excepcional, de la que tantos valores podemos aprender.

4 comentarios:

  1. Bajo mi percepción, la bandera fue arrojada por algún aficionado, el padre la recojio y se la entregó a su hijo.
    Esto no cambia absolutamente nada de lo que has escrito, pero segun lo que yo vi no fue el padre el que tenía preparada dicha bandera para darsela a Nadal en caso de victoria.

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  2. Bajo mi percepción, la bandera fue arrojada por algún aficionado, el padre la recojio y se la entregó a su hijo.
    Esto no cambia absolutamente nada de lo que has escrito, pero segun lo que yo vi no fue el padre el que tenía preparada dicha bandera para darsela a Nadal en caso de victoria.

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  3. Si non è vero è ben trovato...

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  4. Qué más da quién llevara la bandera, Nadal la lució y eso es lo que importa. Su inteligencia, su educación, su humildad, su profesionalidad, su humanidad... y tantas cosas, dignifica aún más su actuación. En dos palabras: un campeón.

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