jueves, 18 de septiembre de 2008

Las pinturas de la Cueva de Chauvet

Félix de Azúa se refería, en un reciente artículo de El País, a las pinturas de la Cueva de Chauvet, en el Sureste de Francia, encontradas en el año 1994. Lo extraordinario de estos dibujos, ejecutados por nuestros antecesores hace más de 31 mil años, es su extraña perfección, siendo así que se trata de las primeras pinturas atribuibles a humanos. La precisión figurativa de algunas de ellas es tan insólita, que algunos especialistas se inclinan a pensar que todas ellas debieron ser obra de la misma mano.
Azúa destaca, sobre todo, estas figuras de caballos,

de las que dice que lo que sorprende en estas cuatro cabezas no es tan sólo la exactitud del trazo, la seguridad y elegancia de la curva que define la quijada, la perfecta proporción de orejas y ollares, sino, por encima de todo, los ojos. La mancha ocular es apenas una leve almendra negra protegida por el hueso de la órbita, pero tiene la expresión tan viva como los ojazos forrados de pestañas y reflejos cristalinos de los caballos de Rubens.

No menos notables me parecen a mí los dibujos de leones, en los que se adivina el movimiento, la mirada predadora y hasta los bigotes felinos.


Leones sin melena, que abundaban en Europa en aquellos tiempos prehistóricos, y uros, rinocerontes y hasta una cabeza de oso que parece haber salido de los dibujos animados.





Sin ser un experto en arte rupestre (ni en ningún otro), la perfección técnica de las pinturas de la Cueva de Chauvet (32.000 años de antigüedad) me parece muy superior a la de los bisontes de Altamira (12.000 años de antigüedad).

No deja de ser un consuelo que la historia haya reducido la distancia entre los habitantes de la Península Ibérica y sus vecinos del norte.

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