domingo, 4 de octubre de 2009

La herencia envenenada de Rojas Marcos

El Diario de Sevilla publicó hace poco un balance sobre el número de usuarios del metro. Al parecer, después de unos meses funcionando, el número de viajeros es muy inferior al previsto por la empresa concesionaria al formular su oferta para la gestión del servicio.
Como nadie es tan altruista como para transportar a los ciudadanos teniendo pérdidas constantes, nos veremos abocados a una de estas tres situaciones: subir el precio del billete que abonan los usuarios, incrementar las subvenciones al concesionario o interrumpir el servicio.
Soy de los que siempre han considerado el metro como una obra faraónica, fuera de tiempo y de lugar. Cuando en todo el mundo civilizado el automóvil se bate en retirada, expulsado por políticas urbanas que priman al transporte público y al peatón, aquí nos hemos embarcado en un proyecto cuyo inmenso sobre coste en túneles no tiene otra finalidad que seguir dejando que el automóvil campe a sus anchas. ¡Cuánto más barato y rápido de ejecución habría sido construir un tren en superficie!
Cuando transcurra algún decenio, el Estadio Olímpico de la Cartuja se habrá convertido en un fantasma, testigo de una época infausta, en la que una mezcla de aldeanismo paleto y delirios de grandeza (¿qué otra cosa es el andalucismo?) embarcó a los poderes públicos en semejante ruina. Cuando Sevilla se creyó Río de Janeiro (o Chicago, Tokyo o Madrid).
Sólo cabe desear que el metro no acompañe al estadio en nuestra memoria, cuando evoquemos la herencia envenenada de Rojas Marcos y sus compadres.

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