jueves, 27 de enero de 2011

London IV

Ayer fui, finalmente, a la piscina. Es grande y cómoda y el vestuario es mixto y con las duchas todas descubiertas, pero no pienses en un espectáculo. Simplemente, esta gente tiene un sentido de la higiene distinto al nuestro. La piscina es estatal y se llama The Kingfisher (british).

Luego me recorrí tres tiendas de telefonía móvil y una tienda Apple, para ver si resolvía mis problemas con el móvil. Te puedes imaginar mis conversaciones con los dependientes, por suerte, en general, bastante pacientes. Al final, decidí comprar una tarjeta de O2, la filial de Telefónica aquí, la instalé en casa y funcionó. Un día le tengo que dedicar un capítulo al turista cibernético. Tengo instalados en el iPhone toda clase de planos y guías de Londres, pero he optado, al final, por comprarme un plano de papel.

Más tarde fui al cine con mi familia de acogida, a ver The King’s Speech (El discurso del Rey). Apenas entendí nada, pero la película es tan buena y la interpretación de los actores tan brillante que no creo haberme perdido nada importante.

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Realmente, consiguió emocionarme en más de un momento. No sé si influyó el estar rodeado de británicos con el alma patriótica encogida, contemplando las angustias y tribulaciones de su querido e inopinado Rey.

Hoy he ido a ver el Palacio Real de Hampton Court. Salette me ha cedido un pase de esos que ella tiene (tiene pases para todo), que me ha permitido ahorrarme las 18 libras de la entrada. Pero mi Oyster Card (la tarjeta de transporte) se había agotado y en esta estación no se puede recargar, de modo que saqué un billete de ida y vuelta para un trayecto de tren de unos 5 minutos, más o menos: 4 libras. En casa, a la vuelta, dije que me había parecido carísimo el precio del billete. Te refiero la respuesta de mis anfitriones, porque supongo que es expresiva de algo. Por un lado, ella me dice que no sabe de qué me quejo, con lo fuerte que está el euro; y, por otro lado, él dice: this is England, not Spain (british).

La tarde era heladora. Para llegar al Palacio tuve que atravesar el Támesis en un momento en que caía una fina aguanieve. La visita merece la pena. Yo me armé de audioguía, en inglés, of course, y visité pacientemente todas las salas. No tengo conocimientos de historia del Reino Unido, pero siempre me ha parecido un poco soberbia y hasta procaz, la exaltación por los ingleses del Rey Enrique VIII. No dudo de que fuera un gran estadista, porque no lo sé, como digo, ni de que engrandeciera su país, pero tiene una cara oscura tan cruel y despiadada, que uno hubiera considerado más lógico un poco de contención. ¿O es todo una leyenda negra católica, resentida por el repudio de Catalina de Aragón y el cisma de la Iglesia de Inglaterra? No lo sé. En todo caso, en Hampton Court, la contención brilla por su ausencia (british).

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Terminé dando un paseo por los enormes jardines. El frío helador y la época del año, tan poco propicios ambos, no me permitieron disfrutar como lo hubiera hecho en un día apacible del mes de abril.

Realmente, tengo muchas más impresiones que contar de estos primeros días, pero no quiero pasarme tanto rato con el castellano y no tengo habilidad para hacerlo en inglés. Es una pena, porque ni lo escribo, ni lo anoto y, cuando vuelva, se habrán evaporado buena parte de esas impresiones y, además, ya no tendré tiempo ni paciencia para recuperarlas.

Ahora me voy a poner con mi homework. Hoy debo escribir una descripción de mi casa. Mi casa, mi casa, no ésta. ¿Dónde está, cómo es, qué estancia me gusta más y porqué, qué reformas le haría, es confortable, nueva o vieja, segura…?

Continuará…

1 comentario:

  1. Pueeees...está en España ("que -afortunadamente- no es England"), y es muy bonita. El salón, vuestro dormitorio, están muy bien. Y la cocina, después de la reciente reforma, también... os ha quedado muy coqueta. -Siempre hay alguna reforma que hacer, si se tiene el dinero y tiempo suficientes-. Es confortable, claro que sí, aunque la chimenea nunca se haya encendido y haga las veces de estante/expositor/librería/revistero. Ni vieja ni joven... la edad perfecta. Segura... de sí misma, je, y no deja entrar a cualquiera.
    Ahora, a ponerlo en inglés!
    Un beso, 'hermanito'

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