domingo, 24 de marzo de 2024

SEPARATISMO VS. DEMOCRACIA

 


Enciendo la radio, pongo la Cadena SER y me incorporo a una conversación en la que interviene una señora cuya voz desconozco. Los otros miembros de la tertulia le hacen preguntas sobre Bélgica. Me parece entender  (he cogido la conversación empezada) que hablan de un incidente durante una fiesta en casa de un ministro belga, en el que los amigos del ministro, en estado de ebriedad, orinaron encima del coche de la policía de escolta y las fotos de la hazaña han salido en los periódicos. De ahí pasan los tertulianos a hablar de lo que, al parecer, es una tolerancia belga con el abuso del alcohol, incluso por personas principales.

Salen a relucir las regiones belgas y las posibles diferencias de conducta de los ciudadanos de cada una de ellas. Y esa idea tan repetida de que Bélgica no existe, de que las regiones belgas están unidas por una mera marca comercial y, quizá, por la Monarquía.

Mientras escucho, me vienen a la cabeza las dificultades que siempre ha puesto Bélgica a la extradición de delincuentes a España. Ayer eran los etarras, que encontraron en Bélgica el santuario que los protegía de sus crímenes horrendos cometidos en España. Y hoy son Puigdemont y sus secuaces. Ayer, como hoy, una mezcla de prejuicios que hunden sus raíces en una leyenda negra originada en las guerras de Flandes de los siglos XVI y XVII, y una indisimulada simpatía, de raíz eminentemente flamenca, hacia los separatismos vasco y catalán, como si fueran movimientos de liberación nacional del tercer mundo, nos han venido dando reiteradas bofetadas a los españoles, mediante arbitrarias decisiones de los tribunales y de las autoridades administrativas belgas, denegando la extradición de delincuentes españoles huidos al santuario belga.

En este contexto, la señora de la tertulia se refiere a las dos comunidades “democráticas” que componen Bélgica. Me llama la atención el adjetivo. A qué viene o qué aporta tildar de democráticas a esas dos comunidades que, por cierto, apenas se distinguen entre ellas, nada más que porque hablan obstinadamente dos lenguas distintas. El empecinamiento obsesivo en la diferencia y la separación de las comunidades flamenca y valona es mucho más identificativo de esas regiones y sus pobladores, que su presunto espíritu o carácter democrático. Pero no solo eso, es que el separatismo, pese al prestigio que tiene en algunas mentes, es un sentimiento o movimiento nada democrático. ¿Por qué lo empleó, entonces, la invitada?

Cuando el conductor del programa la despidió se desveló la causa de esa extraña adjetivación de las comunidades regionales belgas. Era la corresponsal del diario La Vanguardia en Bruselas y el adjetivo no era sino instinto de protección.

Esa permanente presencia de catalanes en cualquier franja horaria de la Cadena SER, casi todos ellos irritantemente equidistantes, cuando no directamente separatistas, es una de las razones, además de su descarado sanchismo, por las que se ha vuelto insoportable.

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